Como consecuencia de un uso desmedido de la razón instrumental en nuestra sociedad, y quizá también por el exceso de argumentos utilitaristas al momento de planificar, las personas se han conducido, desde el siglo pasado, como si realmente hubiese una fractura evidente entre la naturaleza y el ser humano. De modo que todas sus acciones se ejercen como si los recursos naturales les pertenecieran sin excepción alguna, ocasionando así no solo una distribución desigual entre la población, sino también una escasez de los mismos.

En ese sentido, no es de extrañar que en la actualidad, se atraviesa una de las mayores crisis hídricas en la historia; pues de acuerdo con información provista por la Conagua, en México 42.11% de los acuíferos y 13.73% de las cuencas del país ya no tiene disponibilidad de agua. A su vez, existen municipios que tienen menos de 30% de cobertura de acceso al agua potable y, como consecuencia de la variación climática, los estados del norte del país han presentado una grave crisis por estrés hídrico.

Puede decirse que ello también se deriva de la explosión demográfica y el desarrollo de sus diversas actividades productivas que han llevado a que los límites exponenciales de los recursos hidráulicos, tanto de fuentes superficiales como subterráneas, no sean considerados al momento de formular políticas públicas clave.

Esto último, ha ocasionado que la población haya comenzado a ejercer cada vez mayor presión sobre las reservas de agua en el país, a tal grado que los volúmenes demandados resultan mayores que los que en efecto son suministrados. De forma que la competencia por el recurso ya no sólo se da entre los diversos usuarios, sectores económicos o entidades federativas, sino también con el vecino del norte.

En consecuencia, parece ser que la solución idónea reside en promover instrumentos enfocados a mejorar la gestión de los recursos hídricos de manera sustentable y sostenible, encaminados a garantizar el acceso equitativo de toda la población al agua suficiente y de calidad para la satisfacción de sus necesidades básicas.

Lo anterior, a partir de medidas progresivas, pero cuyos resultados tengan un impacto en el mediano y largo plazo, como es el caso de la implementación de infraestructura verde o azul, consistente en implementar una red interconectada de paisajes diseñados que incluyen cuerpos de agua y espacios verdes abiertos.

Sin embargo, esto solo será posible por medio de un sistema de planeación urbana que en toda la cadena del valor del ciclo del agua busque desde el sector público, privado y social el fomento al acceso y la garantización de la sustentabilidad y la sostenibilidad del sistema hídrico en beneficio del medio ambiente y del desarrollo de las futuras generaciones.

Consultor y profesor universitario

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