Foto: Especial Mientras sonaban las consignas de activistas y el ruido vandálico de algunas embozadas hacía de las suyas, una sinfonía de paz emergía del violonchelo de una mujer que interpretaba música clásica al paso de las uniformadas encargadas de resguardar la protesta.  

Gritos desgañitados, furia, cánticos, consignas feministas, llantos… La urbe ensordeció por el elevado volumen de los reclamos de justicia y la exigencia de castigar a quienes, protegidos por el manto del sistema patriarcal, agreden, abusan y violan a las mujeres de manera cotidiana y con total impunidad.

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Y sin embargo, en la marcha multitudinaria también hubo brotes de violencia por parte de las que argumentan hartazgo contra los discursos oficiales y la inacción de las autoridades ante los feminicidios.

Las mujeres policía, encargadas de la seguridad de las manifestantes y de evitar desmanes, fueron (otra vez) las “paganas” del odio demostrado por jóvenes embozadas.

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Mientras el ruido vandálico hacía de las suyas, una sinfonía de paz emergía del violonchelo de una mujer que interpretaba música clásica al paso de las uniformadas.

Un posible recordatorio de que tras la tormenta viene la calma y de que la melodía de la justicia, más pronto que tarde, se escuchará para siempre.

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