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Una gran parte de mis memorias de niña se pueden vincular con los aromas y preparaciones que salían de la cocina de mi mamá y de mis abuelas. Todas son unas fabulosas cocineras y en su repertorio incluían platillos como el mole negro, los huauzontles, las galletas, los pasteles. Cada platillo, me cuenta una parte de mi historia familiar en la que sólo de ver los ingredientes y sus combinaciones son recordatorios de dónde vengo, de mi historia personal. Sin duda, las recetas familiares son todo un arsenal de delicias con raíces y recuerdos que inundan el alma de amor.

 

Justo hace unos días revisaba unas fotos de niña y me sorprendí al encontrar imágenes de mis cumpleaños a lo largo del tiempo. Año con año, mi mamá me hacía un pastel. Lo sorprendente era ver cómo, además de consentirnos tanto a mi hermana como a mí con el sabor que queríamos, hacía malabares y medio para darle las formas requeridas. Podían ser algo tan fácil como una mariposa o una preparación más compleja, como un tren.

 

Cuando me enfermo, en mis recuerdos hay remedios de familia que inmediatamente me hacen sentir mejor. Cuando me da gripa, me siento arropada con la preparación de miel de abeja con el jugo de un limón que siempre me preparaba mi mamá. Cuando padezco del estómago, sólo quiero comer esos consomés caseros que combinan un caldo de pollo espeso, sabores a menta y cilantro, como los que preparaban en mi casa cuando crecía.

 

Es impresionante, lo grabados que se quedan en nuestra mente esos sabores. Recuerdo hace tiempo, cuando me iniciaba en el arte de cocinar en la televisión, preparé una receta de ponche para Navidad. Después de que salió al aire, llegaron más cartas de las que normalmente llegaban.

 

Algunos televidentes estaban molestos, otros daban recomendaciones sobre cómo se debería hacer el ponche, otros me decían que no les había gustado la receta porque le faltaba un ingrediente que a su gusto eran fundamental para cualquier ponche, como el tamarindo, la jamaica o la fruta seca. Me sorprendió porque era la receta de mi mamá y hasta ese momento pensé era infalible y el ponche más rico de todos. Sin embargo fue cuando hice un descubrimiento que hoy en día me hace elevar la cocina casera a la de cualquier restaurante elegante. Aunque todos cocinemos platillos tradicionales, cada casa tiene su propia sazón, historias y recetas personales que harán que nunca te sepan los platillos como los que prepara tu mamá o tu abuela.

 

Justo comentaba este punto con una amiga que me dio toda la razón. Confesó que en su casa su mamá era una terrible cocinera. Sin embargo, decía que aun así, había aromas y sabores que inmediatamente le recordaban a casa. El tema de la sazón casera es algo que no podemos negar, genera sentimientos más allá de lo racional y más en la parte emocional.

 

Otra cosa que aprendí de mi mamá fue el arte de transmitir el amor a través de la comida. A mi mamá siempre le ha gustado tener invitados. Ambas disfrutamos cuando puedo consentir a nuestros seres queridos con una comida. Es una delicia tomarte el tiempo para pensar en el menú, hacer las compras, empezar a cocinar, pero lo que más me gusta es cuando estamos sentados a la mesa y todos comen sin empacho y hasta se sirven varias veces lo que con tanto cariño les preparé.

 

Sin embargo, también entiendo cómo esto puede transformarse en fastidio, cuando nuestros seres queridos dan por sentado que invariablemente comerán en casa. Cuando ya no hay esa emoción de prepararlo, sino que ya se convirtió en una rutina diaria u obligación. Cuando hay pocos agradecimientos. Cuando tal vez llegamos con más invitados sin preguntar. Cuando llegamos tarde y dejamos que la comida, de tanto recalentar, pierda su sabor. En fin, hay muchas faltas de respeto a la cocina de mamá que cometemos como seres queridos.

 

Por eso, considero que es momento de revalorizar la labor de las mamás en la cocina. Hay que considerar lo invaluable que es para nosotros poder disfrutar de esos sabores que tanto nos dicen de dónde venimos. Es el momento de empezar a dedicarle tiempo para documentar esas recetas y aprender los trucos que hacen que la cocina de mamá tenga el sabor que tiene. Es el momento que tenemos para asegurarnos de que nuevas generaciones puedan disfrutar de las delicias familiares, pero sobre todo de agradecer todo el cariño que hemos recibido a través de sus platillos, como en la vida misma. Nunca habrá una comida tan importante en tu vida y que te diga tanto, como la casera.

 

Así, termino esta columna de hoy. Agradeciendo a mi mamá por el enorme amor. Por lo independiente y segura que me hizo para siempre seguir mis sueños. Por lo mucho que me ha regalado y lo importante que ha sido en mi vida para convertirme en lo que soy hoy.

 

Espero, querido lector, que si tienes la oportunidad, hoy aproveches para agradecerle a tu mamá todo lo que te ha dado. Pero, además, si tienes la fortuna, como yo, de hoy comer en casa de mamá, que disfrutes cada uno de los bocados, porque su cocina sabe a gloria, sabe a familia, pero sobre todo tiene raíces profundas llenas de amor. A todas las mamás les deseo un maravilloso 10 de mayo y recuerda ¡hay que buscar el sabor de la vida!

 

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