Para Pecos, Fernando, Ana y Alonso

 

En la vida nos educan para ser alguien importante: empresario, senador (diputado no, porque es sinónimo de bandido), artista, escritor, o cualquier actividad que te haga destacar en la vida. Pero no nos educan para ser lo que se llama un gran señor o una gran señora. El domingo pasado partió a la eternidad un gran señor: Don Fernando Pérez Amieva.

No era un hombre muy alto, sí de buena complexión, sus ojos azules muy claros, se podría decir de plano que era un hombre guapo. Nació en Córdoba, Veracruz, de lo que siempre estuvo muy orgulloso.

Muy joven vino a vivir a la Ciudad de México, a casa de su abuela materna y, educado por los jesuitas, mantuvo siempre una actitud curiosa e inquisitiva. Pocos años después se enamoró perdidamente del que sería el gran amor de su vida: doña Lupe, una gran señora. Don Fernando vivió toda su vida pendiente de ella, hay que decirlo con toda justicia, lo hizo siempre con paciencia infinita y cumpliendo todo aquello que quisiera o necesitara. Ella lo amó intensamente.

Los dos construyeron un matrimonio ejemplar y sus cuatro hijos: Pecos, Fernando, Ana y Alonso son un vivo testimonio de sus padres. Si estabas invitado a su casa siempre era día de fiesta, donde jamás podía faltar una Coca Cola helada y la mejor comida que podías imaginar. Un personaje indispensable en esta historia de amor es Piti, quien fiel a su costumbre de llamar a todo mundo con un sobrenombre, los llamaba Don Ferdimol y Doña Borja. Nunca entendí por qué.

Como una muestra de perseverancia se recibió de abogado ya casado y ejerció la abogacía de forma ejemplar toda su vida laboral. No podía comprender el ejercicio de su profesión sin un absoluto apego al derecho. Para él la ley sí era la ley. Esto lo aplicaba rigurosamente para el derecho laboral o para conducir un auto.

Pocos lectores más apasionados he conocido en mi vida; se leyó todo lo que pudo mientras pudo. Eso lo convirtió en un hombre de una cultura general impresionante. Con un diccionario siempre a la mano, era implacable con el uso correcto del lenguaje, se convirtió en un filólogo excepcional y en un debatiente muy aguerrido.

Don Fernando fue abuelo de ocho nietos, que seguramente ya lo extrañan y lo recordarán toda su vida con cariño y admiración. Mi hija Ana se hizo abogada teniendo a su abuelo como ejemplo. Mi hijo Pancho era su “paisano”. Hoy, ya juntos en el cielo, me los puedo imaginar felices para toda la eternidad.

Al medio día de los sábados, no perdonaba una (o varias) cervezas bien frías y un buen tequila, sentado en la mesita de su jardín y rodeado de su familia iniciaba el debate de los temas más diversos que uno podría imaginar, podías o no estar de acuerdo con él, pero de algo estabas seguro; el debate sería intenso. Mucho.

Clasemediero y aspiracionista, era lo que se dice hoy, un buen conservador y en sus convicciones políticas fue un temerario anti 4T. Una de sus últimas ilusiones era ir a votar en contra de YSQ.

Cuando la vida puso un velo en la memoria de Doña Lupe, y como no podía ser de otra forma, Don Fernando la acompañó amorosamente durante muchos años, siempre al pendiente de que ella estuviera bien y en la medida de lo posible, feliz. Era conmovedor verlo quererla con una devoción que sólo el amor incondicional puede explicar.

Ser un gran señor, como lo fue Don Fernando, es el título más importante al que puede aspirar un hombre y, más allá de la fama o la fortuna, se cultiva a lo largo de una vida buena y honesta.

Muchas gracias, Don Fernando, querido suegro, fue un gran honor conocerlo. Hasta siempre.

 

   @Pancho_Graue

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