Mónica Huarte como Fátima en "Señora influencer".
Foto: Cinépolis Distribución. Mónica Huarte como Fátima en "Señora influencer".  

Probablemente atribuida por popularidad a Andy Warhol, aunque reclamada luego por Nat Finkelstein, otrora achacada (al menos en esencia) al término acuñado por Marshall McLuhan, esa frasecilla reveladora de que «todos serán famosos mundialmente por 15 minutos» continúa su andar desde 1968, sobre todo para referirnos a esa fama efímera consecuencia de la viralidad inherente a las redes sociales.

El narrador Naief Yehya (1963) escribió en un ensayo, hace ya cerca de seis años, cuando TikTok apenas aterrizaba en México, que “hay algo muy tentador y repelente en el hecho de buscar una vida alternativa, algo que de todos modos hacemos a través de Facebook, Twitter, Tumblr, Snapchat e Instagram, pero que en Second Life es literal. Es como si nuestra fascinación con la idea de tener una segunda vida fuera una manera de reconocer un anhelo infantil o un patético rechazo a la realidad”. Y aunque el texto tiene como columna vertebral a Second Life, la reflexión permite el abordaje desde lo que propone la Señora influencer (2023), de Carlos Campos-Santos. 

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Pese a que es más que probable que no esté revelando nada que no haya sido ya visto, he de limitarme a contar que esta cinta del también director de Chilangolandia (2021) narra la historia de Fátima (Mónica Huarte), una señora que, tras ser despedida de su trabajo por un desafortunado desencuentro, quizá rebelándose ante la sobreprotección de su padre, un cineasta apenas recordado, se encuentra con el refugio primigenio del ocio: las redes sociales. Vulnerable entonces por la vida que ha llevado, cae en las fauces del coaching, la positividad extrema y, claro, la superación personal. Caso de manual. Entonces, como es cada vez más habitual, su popularidad escala hasta lo insospechable… para ella. Tras ese ascenso, llegarán a su vida –sumemos al arquetipo– Sofi (Macarena García) y Cami (Diana Carreiro), asimismo influencers, quienes desean sí y sólo sí beber de su fama. Claro: en un principio Fátima no lo sabe, sea por incredulidad, desencanto o lo que fuere. La revelación llega en el momento exacto. Junto a esa traición (sic) viene el lado “oscuro” que traen consigo las redes: los detractores, que así como hay quienes te quieren, hay quienes viven empecinados por el golpeteo iracundo de las teclas del teléfono para hacerte sentir mal. Sin embargo, para la repentina estrella del internet, esto será complejo de digerir. 

Foto: Cinépolis Distribución.

(Para entonces, será imposible no haberse dado cuenta de que la película no era en absoluto lo que parecía, probablemente nunca más lejano a lo que los asistentes al cine hubieran imaginado. Porque la campaña alrededor de la película apuntaba a la abrumadora cotidianeidad del cine comercial: una comedia más. Quizá el tráiler permitía sosegar las inquietudes un poco, pero tampoco dinamitaba el deseo.)

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El retrato honesto trasciende a la dicotomía del bien y el mal. En la miserabilidad se cuela la bondad y en esta última se cuela la primera. Las personas, por tanto, escapan a las categorías de buenos y malos, pues la conformación natural contiene ambos espectros. Fátima no se encierra en una categoría usual. Es, acaso, una persona ordinaria, que acepta sus debilidades y pide ayuda, que no goza de las mieles del privilegio, pero que sí la pasa mal, la sufre. 

No es una revelación que la historia escrita por Santos nos escupa en la cara que las cosas no son como parecen, que lo que vemos en las redes sociales no es la verdad absoluta, que quien ahí aparece no es más que una versión alterada de sí mismo. Sí parece una apuesta al menos interesante ese rompimiento-intercambio que muchas veces se enreda en discusiones virtuales y no más. Es posible preguntarse entonces cuál es el límite, o si alguien alguna vez pensó en el límite. Podrán responderme que sí, que lo hay. Y hemos de enfrascarnos en una espiral de argumentos. Entonces apuntaremos un acierto a esa cinta del director.

Aunque no se descubre ningún hilo negro y es más que una verdad que no se encuentra nada no visto en otras películas o productos audiovisuales, Señora influencer sí significa un acierto total que una película así, con todo y las mañas que revelan de cuerpo entero el oficio de raigambre del cine nacional, proponga una exploración sobre el uso desmedido de las redes sociales, el refugio que a veces suponen a la realidad y el día a día, su consonancia con la salud mental y cómo esa virtualidad en apariencia ayuda a paliar la soledad. Entonces, valdrá preguntarse: ¿qué decidimos mostrar al mundo virtual, en la profundidad de las redes sociales?, ¿de qué depende?, ¿para qué hemos de hacerlo?, ¿somos capaces de soportar las respuestas que atentarán contra nuestra vulnerabilidad?