El Gobierno de Carlos Salinas de Gortari sabía de la existencia del EZLN. Me lo comentó tempranamente, en 1993, el secretario de Gobernación, Patrocinio González Garrido, un cultivado político egresado de Cambridge quien entendía, como el conjunto de la clase política, la decisión de omitir el reconocimiento del grupo insurgente. Al menos mientras se concluía la negociación e iniciaba el Acuerdo de Libre Comercio de América del Norte.

Los operativos contra algunos campos de entrenamiento fueron referidos por el político chiapaneco en una entrevista en La Jornada en la víspera de la aparición del organismo encabezado por los comandantes Germán y Marcos.

Así, el mismo día de inicio del TLC, herramienta depurada de estrategia política conquistada por iniciativa del grupo salinista, se inauguró ante el mundo una nueva guerrilla capaz de recordarnos la enormidad del hueco de una esperanza alternativa al mundo bipolar derrumbado en 1989 con el Muro de Berlín y en 1991, luego de la caída de la URSS. Un nuevo vacío.

Ante la mirada global solamente quedaba el panorama unipolar de diversas tonalidades de un capitalismo contradictorio pero único sobreviviente.

No había periodista ajeno al interés de cubrir Chiapas después de la madrugada de ese 1 de enero de 1994. Carlos Payán, director del diario central para el EZLN, fue informado anticipadamente por el propio organismo insurgente gracias a personajes correo del suceso próximo inmediato.

Inclusive Marcos no había incorporado “lo indígena” a la retórica predominante de la preparación de la revuelta. De hecho, los actores históricos reivindicados en todos los documentos del EZLN eran los convencionales “obreros y campesinos”.

Solamente después de la inmensa repercusión europea de la noticia del surgimiento del organismo armado, cuando fue mirado con la novedad de “una revuelta indígena”, es cuando el EZLN entendió su oportunidad ideológica.

Gracias a ello hizo del proyecto insurgente una serie de paradojas. Una de ellas fue convertir una aparatosa derrota militar en una exitosa construcción retórica política capaz de aperturar capital político para todos los actores.

Me explico. Primero para el EZLN, que en vez de la derrota se convirtió en campeón global de una agenda creativa de reconstitución de la izquierda derrotada internacionalmente; segundo, el Gobierno de Salinas, el cual sin necesidad de una abierta represión al estilo de Centro y Sudamérica fue capaz de contener políticamente al movimiento y, luego del asesinato de Luis Donaldo Colosio, arrolló en la elección de ese 1994 con Ernesto Zedillo y, por si fuera poco, para diversas expresiones de izquierda, capaces de transitar entre las balas retóricas de los salinistas y los neozapatistas hubo futuro.

Su campeón más importante, Andrés Manuel López Obrador.

Con el narcotráfico en las colindancias, la irrelevancia del PRI y el predominio popular de Morena queda claro la enormidad retórica del EZLN y su fulgurante instante en la vida de la nación.

 

@guerrerochipres