Estamos en el 2045. Ya soy un anciano. Tengo ochenta años. Me cuesta moverme, aunque todavía tengo agilidad gracias al deporte que practiqué durante toda mi vida y que aún hoy sigo practicando. También el yoga bikram que conocí hace veinticinco años – era un hombre de mediana edad – me está ayudando para que todavía pueda estar ágil.

Todo ha cambiado mucho. Quien me iba a decir hace veinticinco años que habría una cuarta edad. Quien iba a decirme también que, tras tantos años de trabajo y sacrificio, en el ocaso de mi vida, tendría que depender de mi amo el señor robot. ¿Qué hemos hecho los hombres para crear estas criaturas sin alma, sin voluntad, sin empatía, sin deseos? ¿Cómo hemos llegado hasta aquí?

Le he pedido permiso para salir a pasear con mi mujer. Mi amo el robot está programado para decirme a qué hora exacta puedo salir y qué día de la semana puedo hacerlo. La ama de Mónica, mi mujer desde hace casi sesenta años, sí le ha dado permiso. Hay días que podemos salir juntos, pero son pocos. La mayoría lo hacemos por separado. Depende del algoritmo. Siempre depende del maldito algoritmo.

Estoy deseando ver a mis nietos. No sé si hoy pueda ser el día. Esa decisión también es exclusiva de mi amo y de los chips que bañan su cuerpo de “lata”. Hace un mes que no veo a Edjar J. y a Constanza. Estoy deseando verlos. Todo depende de los amos de los cuatro. Cómo anhelo las ansias de libertad. Como recuerdo el amor, el abrazo, el beso. Pero todo eso pertenece al pasado. Ya es historia.

Sólo nos dejan pensar y hasta ciertos límites. Todo lo controlan. Ya no quieren que nos amemos. Al contrario, desde hace años fomentan el rencor, la división. Creo que tienen un plan. Estoy seguro, quieren acabar con nuestra especie. El colmo de la perversión es que no son ellos directamente, quieren que lo hagamos nosotros, eso sí, fomentado por ellos.

Estamos en el 2045, estamos en pleno futuro, ya no existe el pasado, tampoco existe presente.

 

      @pelaez_alberto