Hector-Zagal
 

Héctor Zagal
(Profesor de la Facultad de Filosofía en la Universidad Panamericana)

Cuando los oscos, entre el siglo VII y VI, poblaron en lo que después fue Pompeya, decidieron hacerlo a los pies de lo que ellos creyeron un monte. Setecientos años después, los romanos, que habitaron el lugar más tarde, descubrirían que aquello en realidad era un volcán con el cono tapado.

Pompeya era una hermosa ciudad del Mediterráneo, donde muchos romanos ricos tenían villas y casas de campo. Era una ciudad encantadora y amable comparada con Roma, hacinada y maloliente. Y aquella ciudad hermosa quedó reducida sepultada en cenizas en pocas horas. ¿Fue una desastre súbito?

Pompeya padeció terremotos devastadoras en el 62 d. C. Hubo un primer sismo que causó fuertes daños en la ciudad. Después se presentaron otros menos leves. Los temblores eran tan frecuentes que los habitantes de Pompeya se terminaron acostumbrando a ellos. Mal asunto.

Para el 79 d. C., Pompeya aún no había sido completamente reconstruida. La mañana del 24 de agosto, aquel monte, que después se recibió el nombre de volcán Vesubio, hizo erupción.

Le erupción sumergió Pompeya en una nube de cenizas. Los escombros del cráter salieron volando a velocidades inauditas y toda la ciudad, junto con sus habitantes, quedaron sepultados entre cenizas y piedras.
Algo similar ocurrió en 1883. En el arco de las islas de Indonesia, entre Java y Sumatra, se encuentra la isla Krakatoa junto con su respectivo volcán. El hecho que les contaré ocurrió en mayo de 1883.

Por aquellas fechas, un buque de guerra alemana llamado “Elizabeth” pasó por la zona. El capital del buque advirtió que una inmensa nube de kilómetros de altura salía de la isla y entonces, cuando corrió la voz, el lugar se volvió un atractivo turístico.

Barcos comerciales y turísticos empezaron a vender boletos para llevar a las personas a que experimentaran el desfile de fuegos y estruendos que salían de aquella nube oscura. Incluso las poblaciones cercanas llegaron a organizar festivales nocturnos para acompañar los fuegos que salían de Krakatoa.

El 26 de agosto, siendo las 12:53 de la tarde, el volcán de la isla hizo erupción. Escombros y una nube de gas salieron disparados a una velocidad de 24 km. Lo peor aún no llegaba. Un día después, hubo cuatro explosiones que se escucharon a 4,500 km de distancia. El sonido de la explosión, dicen algunos, se escuchó hasta en Australia.

La fuerza de la erupción fue de 200 megatones de TNT. Para que se den una idea de la magnitud, la fuerza de la bomba atómica de Hiroshima fue apenas de 20 kilotones.

En tres días, no amaneció. La ceniza abarcó 6,076 km y tiempo después llegó un tsunami a las islas aledañas que devastó las ciudades y mató a cientos de personas. El barco vapor Berouw, que se encontraba navegando con una tripulación de 28 personas, terminó en medio de la ciudad de Sumatra. Nadie sobrevivió.

Las erupciones no son asunto del pasado. En Europa, el volcán Etna es el más activo de la zona. Son varias las ocasiones en que su actividad llena de cenizas el cielo y los vuelos tienen que cancelarse. Apenas hace dos días se registró una nueva erupción de este volcán.

Y qué decir del Popocatépetl. A finales de mayo alcanzó la categoría 5. Puebla fue uno de los estados que más resintió la actividad de este volcán. Las cenizas obligaron a lo poblanos a modificar su vida durante algunas horas.

Yo, que soy obsesivo y pesimista, le tengo miedo al Popocatépetl. Se trata de uno de los volcanes más activos del mundo. Por fortuna, nunca nos ha tomado por sorpresa como el Krakatoa o el Vesubio. Esperemos siempre sea así.

Sapere aude!

@hzagal

Profesor de la Facultad de Filosofía en la Universidad Panamericana