Cuando los voceros a sueldo del régimen advierten de la posibilidad de violencia en el año electoral, no escuchamos un análisis sino una advertencia.

La realidad es que esos moneros y blogueros ya solo tienen la atención de la feligresía del movimiento del Presidente. Pero las señales más ominosas llegan desde la propia mañanera y de los más altos funcionarios del gobierno de Andrés Manuel López Obrador.

Algo tiene muy inquieto al poder presidencial cuando el propio López Obrador ha decidido darle a una de las aspirantes a la candidatura presidencial del Frente Amplio por México toda su atención y compartir uno de los principales valores de la política, la oportunidad de que mucha gente sepa quién es y se aprendan el nombre de la senadora Xóchitl Gálvez Ruiz.

Es una frase del genial Oscar Wilde aquella de que hay solamente una cosa en el mundo peor que hablen de ti, y esa es que no hablen de ti. Eso es lo que está haciendo ahora mismo López Obrador, posicionando el nombre de Xóchitl Gálvez, hablando mal de ella.

Solo que López Obrador eligió las características equivocadas para denostarla: ser indígena, ser mujer y ser exitosa.

Lo que sí debe preocupar en un país democrático es que se use el aparato de Estado para tratar de destruir el nombre de alguien y que para ello se presten funcionarios públicos, más allá de los voceros a sueldo.

Con el uso claramente de información confidencial proporcionada por la Secretaría de Hacienda y el Servicio de Administración Tributaria, López Obrador acusa a Gálvez de tener una empresa privada que gana dinero.

Para la clientela fiel lopezobradorista, la aspirante a la candidatura presidencial es mala porque era pobre y ahora tiene dinero.

Para otros, hay la evidencia del uso faccioso e ilegal de información confidencial que no demuestra ningún delito por parte de la empresaria o sus empresas.

Para no pocos, incluidos muchos observadores internacionales, hay un uso del poder presidencial para tratar de conservar la presidencia a cualquier costo.

Y es que del otro lado no hay más que corcholatas. Figuras opacas que solo brillan cuando les da la luz de su sol presidencial, pero que aparecen incapaces de ligar ideas propias de cómo mantener un sistema de gobierno que no se tenga que regir por el carisma de su líder.

Hay un problema, si el Presidente no logra con todo el poder del Estado aplastar pronto la idea de que su movimiento no es invencible, si no logra eclipsar la luz propia que sí tiene aquella aspirante a la candidatura presidencial y si no consigue que su corcholata favorita se levante del olvido en el que ha caído, pueden llegar las medidas extremas.

Podemos olvidarnos de la idea de la resignación democrática de este régimen y respetar con entereza un resultado adverso.

Desde el uso desmedido del presupuesto, hasta la creación de un ambiente tenso son formas que podrían explorar para no ceder el poder.

Por eso, y como dicen los manuales del populismo, señalar en otros los defectos propios es parte del régimen. Insinuar violencia desde los círculos del poder es una llamada de atención importante.

 

     @campossuarez