Israel vive una encrucijada, o más bien la política israelí. La reforma judicial que pretende realizar el presidente Benjamín Netanyahu es la peor manera de cercenar a la justicia. Esa reforma quiere limitar el poder de los jueces; según Netanyahu, para evitar que se excedan.

En el fondo no es más que una maniobra para que no puedan investigar el rosario de sobornos y corrupciones que le salpican desde hace años y que, de seguir así, podría terminar en la cárcel.

Se trata de un golpe directo a la democracia. Israel carece de Constitución. Cualquier dictamen que pudiera salir de la Corte Suprema de Justicia podría quedar invalidada en la Knesset, el parlamento judío. Los diputados podrían detener cualquier ley porque tienen mayoría; una mayoría peligrosa. Benjamín Netanyahu está aliado con la extrema derecha y con los religiosos ultraortodoxos. Son, sin duda, compañeros de viaje controvertidos.

Avizorando este panorama tan sombrío que se avecina en Israel con permanentes manifestaciones, el propio Ministro de Defensa ha abandonado el cargo. Y es que los compañeros de gabinete, para que Benjamín Netanyahu pueda seguir en el poder, son tan variopintos como complicados. No hay más que ver al Ministro de Seguridad Nacional Ben-Gvir, líder del partido de extrema derecha Fuerza Judía, que está practicando una política radical con los palestinos, lo que está dando lugar a una efervescencia de odio.

Lo que a los políticos israelíes y palestinos les interesa es el “proceso” de paz. O más bien solamente el “proceso”.

En la medida en la que el “proceso” continúe, permanecerán los salarios a final de mes y los negocios paralelos y las supuestas corruptelas –de algunos políticos de ambos lados–.

Si además Bibi Netanyahu tiene el control de los jueces tendrá las manos libres para hacer y deshacer y los problemas de Israel y, por lo tanto de Oriente Medio seguirán sin resolverse.

 

@pelaez_alberto