Foto: Armando Yeferson Los forestales permanecen en las montañas turnos de 48 horas, rotándose en la torre, que nunca se queda sin guarnición  

Desde lo alto de una torre en medio de las montañas, Mario Figueroa observa el horizonte como si vigilara una frontera a punto de ser invadida por los bárbaros. En cierta forma su labor da esa sensación, la del centinela vigilante, pero en vez de soldados enemigos, Mario aguarda el humo que anuncia la presencia de un incendio forestal.

“Regional uno, para Torre San Miguel… Comando de incendios para Torre San Miguel”, dice Mario por radio, luego de bajar sus binoculares.

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La Torre San Miguel se ubica en un monte a tres mil 800 metros sobre el nivel del mar; desde esa altura se observan Los Dinamos, el Parque Nacional Desierto de los Leones, la comunidad de la Magdalena Contreras, San Lorenzo Copilco y hasta La Marquesa.

Y la brigada de Incendios Forestales San Miguel, adscrita a la Dirección General de la Comisión de Recursos Naturales y Desarrollo Social, se encarga de vigilar el suelo de conservación de las alcaldías Magdalena Contreras y Cuajimalpa.

Para Mario, su herramienta de trabajo más importante son los binoculares, pues con estos puede distinguir a varios kilómetros las columnas de humo, tras lo cual alerta por radio a sus compañeros para que acudan al lugar, con las posibles coordenadas.

“La función de un torrero es reportar si hay un incendio, mandarlo a comando, y esperar la respuesta para que la brigada llegue lo más pronto posible a apagar el incendio, pero si nosotros podemos, pues actuamos”, comenta.

Adrián Huerta, encargado de la torre y de la brigada contra incendios, señala que el grupo también realiza el retiro de hierba seca (que es combustible para el fuego) y el mantenimiento de los caminos para desplazarse con mayor facilidad.

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Detalla que la mayoría de los incendios forestales son provocados por los turistas o personas ajenas a la comunidad, pero también existe una temporada alta de siniestros, donde los rayos del sol hacen un efecto lupa con los vidrios rotos que puede haber en la zona.

Por ello, en temporadas más tranquilas la brigada se prepara realizando brechas y podando las ramas de algunos árboles, para evitar que el fuego devore los bosques de la Ciudad de México.

“De la brigada somos once personas y seis están de vigilancia en la torre; nuestras herramientas son el machete y azadón, que usamos para abrir la brecha durante un incendio; por lo regular apagamos el siniestro con tierra y ramas, muy pocas veces usamos agua”, explica.

El relevo de estos hombres y mujeres ocurre cada 48 horas, las cuales pasan entre sus labores forestales y una cabaña al pie de la torre, donde mientras unos duermen y descansan, los otros vigilan. Pero la torre nunca se queda sin guarnición, pues los forestales saben que, inevitablemente, tarde o temprano se desatará un incendio.
Y ellos están a la espera del fuego, su eterno enemigo.

 

LEG