El autodominio exige autoconciencia más autorregulación

Daniel Goleman

La educación emocional predominante que nos hemos transmitido los seres humanos a lo largo de los siglos puede resumirse en una corta lección: “Contrólate. No sientas, porque no lo vas a poder manejar”.

Ciertamente, el autocontrol puede exigir la supresión momentánea, real o aparente, de nuestras emociones en situaciones difíciles. El problema es que la prolongamos peligrosamente, por miedo al dolor que nos produce la confusión, el no saber qué hacer con lo que sentimos ni encontrar comprensión en los otros, que si no toleran sus propias emociones, menos las nuestras.

Nadie nos dijo que reprimir lo que sentimos, o su expresión abierta, a la larga nos enferma, no solo mental, sino físicamente. Cuerpo y mente están conectados de formas misteriosas apenas sospechadas.

La vanguardista neurociencia y la disruptiva física cuántica conciben a los seres humanos como un “holo”, es decir, un todo interrelacionado, una completud, no solo en su individualidad, sino en conexión con absolutamente todo lo que les rodea en el cosmos.

Sin embargo, seguimos tratándonos bajo el paradigma de que el cuerpo se enferma solo, o por una cuestión genética, o por diversos factores externos a nosotros.

Quizá nos parezca absurdo lo que la neurociencia nos ha revelado respecto de la existencia de neuronas fuera del cerebro: en el corazón y en el estómago.

Pensamos entonces con tres órganos vitales, y cada uno de ellos tiene diferente función, pero solo cuando operan en armonía podemos decir que estamos en facultad de autocontrolarnos.

No hacemos caso a las voces de la intuición y la conciencia, que nos hablan bajito, pero continuamente desde el corazón, ni a la voz de alarma, que nos grita desde el estómago, cuando nos hallamos ante una amenaza o un peligro, tan acostumbrados estamos a racionalizar, pero, sobre todo, a querer salirnos con la nuestra.

Por ejemplo, el estrés fuera de control, es decir, prolongado más allá del acto que le dio origen para que pudiésemos tener la capacidad de responder adecuadamente, proviene de no atender las emociones involucradas en ese acto, que se quedan activas, y el cuerpo interpreta que el peligro, la amenaza o el motivo de tensión continúan. El cerebro sigue dándole vueltas al asunto, se queda acelerado y atorado.

Entonces, lo primero que ocurre es que nuestro sistema inmunológico se debilita y comenzamos a ser presa de infecciones, dependiendo de la parte del cuerpo en la que seamos personalmente más vulnerables, pero las más comunes para todos son las de tipo respiratorio y digestivo.

Después, nuestros órganos comienzan a enfermar dependiendo de la emoción que más nos afecta y, por tanto, más reprimimos. Por ejemplo: La tristeza está asociada a los pulmones, el miedo a los riñones, la ira al hígado, la preocupación al páncreas y al bazo.

Emociones negativas muy intensas y largamente reprimidas, sumadas a un estrés debilitante del sistema inmunológico, causan cáncer en aquella parte del cuerpo asociada a dicha emoción.

Esta afirmación puede ser escandalosa para un médico ortodoxo, y muy certera para uno holista, aun cuando los dos tengan la alopatía como origen de sus estudios.

Así pues, una de las maneras más seguras para mantenernos sanos y en dominio de nosotros mismos es la gestión de las emociones, que de suyo son reacciones a situaciones y relaciones, de manera que reprimirlas es negarse a entender aquello que las produjo, y eso solo hará que se repita y se repita.

Aquí es importante distinguir el autocontrol del autodominio. El primero es parte del segundo, pero es momentáneo, dura mientras resolvemos. El segundo es constante y nos permite no quebrarnos pasada la crisis.

Pero recuerde, además, que no solo las situaciones adversas pueden desestabilizarnos emocionalmente, sino también las favorables, debido al miedo de no merecerlas o no estar a la altura.

Explore lo que siente, expréselo a la persona adecuada. Por ahí empiezan el autocontrol y el autodominio.

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