El 6 de junio, la alianza PAN-PRI-PRD reunió casi el 40% de los votos a nivel federal. Esta unión de partidos, también conocida como #VaPorMéxico, es, en términos ideológicos, una gran coalición centrista, ya que pasa por la centroizquierda del PRD, el centro “móvil” del PRI y la centroderecha del PAN. Por lo mismo, la alianza tiene sobre sus hombros la responsabilidad de reivindicar valores centristas como la moderación, el reformismo calculado y la tolerancia, como alternativas a un obradorismo necio, anticuado e intolerante.

En las últimas décadas, varias naciones han visto como el centro ideológico ha perdido adeptos y atractivo, en buena medida por la aparición de demagogos más cercanos a los extremos políticos. Ahí están los casos de Polonia con Jarosław Kaczyński, Venezuela con Hugo Chávez y Nicolás Maduro, Hungría con Viktor Orbán, Bolivia con Evo Morales, Estados Unidos con Donald Trump, Perú con Pedro Castillo, Filipinas con Rodrigo Duterte, entre otros.

Esto tiene que ver, en esencia, con dos cosas. Primero, con el entorno mediático. Hoy, tanto el Internet como los medios tradicionales tienen incentivos financieros para priorizar puntos de vista radicales o extremistas. Esto porque el sensacionalismo produce clicks y aumenta ratings, lo que suele traducirse en más dinero para los medios (Vettehen y Kleemans, 2017; Mormol, 2017).

El segundo factor es más complejo. Al parecer, cuando las posiciones comparativamente radicales ingresan a un entorno político moderado, el electorado tiende a polarizarse en dos campos: a favor y en contra. En consecuencia, candidatos y partidos tradicionales tienen más incentivos para adoptar y replicar narrativas polarizantes (Bischof y Wagner, 2019), para, digamos, “no quedarse fuera de la jugada” frente a los demagogos y radicales. Por esto es que un centro ideológico fuerte es fundamental, ya que reduce el potencial alcance de visiones extremas que suelen desconocer la legitimidad democrática de sus críticos e, incluso, el cumplimiento de la ley. Ahí están los casos nacionales ya mencionados.

Estos y otros factores globales como la crisis económica de 2008-2009, han restado atractivo a la centroizquierda, a la centroderecha, y a todo lo que está en medio, ya que la gente comienza a pedir una política más acorde a su visión polarizada y extremista de la sociedad—misma que es reforzada por los medios y el Internet—.

Justamente, este entorno internacional es el que #VaPorMéxico no debe perder de vista. La alianza debe relanzar el centro ideológico mexicano para que no sea ese lugar donde no pasa nada, donde nadie toma posición política alguna, y en el que todo es tibieza. Más bien, el centro ideológico debe enmarcarse como ese punto de encuentro en donde los acuerdos son posibles; donde nadie cede todo ni nadie impone todo. Ese lugar donde ocurre la política Democrática, con mayúscula.

Octavio Paz lo tenía claro. En “Pequeña crónica de grandes días” (1990) él plantea que la moderación, misma que ubica como la máxima virtud política según los filósofos de la Antigüedad, es la única forma de asegurar el futuro de México como idea y como proyecto. Para Paz, a lo largo de nuestra historia nos ha faltado un centro ideológico, y ello es la principal causa de nuestro fracaso como nación. Esa prudencia política, escribió el nobel, es “enemiga natural de los extremos (y) es el puente para un tránsito pacífico del autoritarismo a la democracia”.

En los años 90, un centro ideológico firme conformado por el grueso del PAN, del PRD, y la pequeña facción reformista del PRI, nos ayudó a transitar a la democracia. Y hoy, también nos puede ayudar a refrescarla frente a un obradorismo que nos quiere polarizados—algo que, en buena medida, ha logrado—.

@AlonsoTamez

LEG