Quizá si empezáramos por conceder que cada dios del deporte es irrepetible como consecuencia del tiempo en que estuvo activo. Quizá si admitiéramos que, por ende, las comparaciones son inviables a la par de absurdas. Quizá si permitiéramos que cada cual prefiera a quien mejor le plazca y dejáramos de lado el fatigoso acto ya no de convencer sino de imponer. Quizá si, con más amor al deporte que a cierto equipo o personaje, nos dispusiéramos a disfrutar a todos los genios atléticos por igual. Quizá así.

La séptima coronación de Tom Brady en un Super Bowl ha enardecido las discusiones respecto al acrónimo inglés GOAT (Greatest of all time, el mejor de la historia) en el futbol americano y más allá de él. Es cierto que, en sentido numérico, la distancia del hoy quarterback de Tampa respecto a las glorias que le precedieron es inmensa. A eso se añade el reto de ser campeón a los 43 años, de llevar a lo máximo a una franquicia que no había ganado partidos de postemporada en casi dos décadas y de reinventarse tan lejos de los dominios patriotas del entrenador Belichick.

Sin embargo, cada que surjan estos debates volveré a un punto de partida: que así como sin una Nadia Comaneci no podría haber hoy una Simone Biles (y, a su vez, la rumana del diez existió en esa dimensión porque antes hubo una Vera Caslavska o una Olga Korbut); que así como para gozar en esta época tenística de la triada Federer-Nadal-Djokovic, en el pasado debieron haber titanes como Sampras, Borg, Lendl, Connors, ellos mismos descendientes de individuos como Roy Emerson, Rod Laver, Fred Perry; que así como a los récords de Usain Bolt no se podía llegar por generación espontánea y sin los que fueron quebrando Carl Lewis, Bob Hayes, Jesse Owens; así, precisamente así, Brady constituye otro eslabón (o un eslabón colosal, o si se gusta varios enormes eslabones) en la larga cadena histórica de los mariscales de campo.

Cadena en la que debemos incluir a Joe Montana, Terry Bradshaw, Johnny Unitas, Roger Staubach, inclusive a más o menos contemporáneos suyos como Peyton Manning o Brett Favre. Cadena que sería imposible, por ejemplo, sin un pionero como Benny Friedman, a quien se atribuye haber convertido el futbol americano en un acto más de pasar que de correr o tirar pases reversibles a la usanza del rugby; Friedman se convirtió en los años veinte se en el patriarca del juego aéreo, elevando al quarterback al rango que en español se le atribuye: mariscal de campo; no más improvisación, otro nivel de interpretación y análisis, creatividad y exactitud quirúrgica al planear cada ataque, el maquinista ponderando en fracciones de segundo innumerables variantes.

De Tom Brady no nada más tiene que decirse, DEBE decirse que es el más dominante y triunfador de la historia, aseveración respaldada milímetro a milímetro por sus éxitos –tal como inequívocamente Cristiano Ronaldo es el máximo goleador que haya existido en duelos oficiales y Pelé el futbolista más ganador con sus nunca equiparadas tres Copas del Mundo. Ya después, si desean comparar, pongan esas estadísticas sobre la mesa, como también la mayor longevidad de los quarterbacks de la actualidad en virtud de la protección que reciben y tantos factores más.

Sólo no salgan con que es por los referees o por mera suerte, como no tiene sentido destrozar las conversaciones justificando los números de Cristiano por los penales anotados o los de Nadal por su dominio sobre la arcilla (¿qué falta?), ¿clamar que Phelps ganó injustamente medallas a la luz de su cuerpo, que lo de Michael Jordan no debió contabilizar por su poder de salto, que con una zurda así como no iban a desequilibrar Maradona o Messi?

Asunto de cada quien, pero en mi mente no hay necesidad de encumbrar a un solo GOAT, sino a un grupo de genios siempre abierto a que se integren nuevos miembros. De eso, lo repetiré hasta el cansancio, de eso se trata la evolución. En el deporte y más allá de él.

Twitter/albertolati

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