Cuando Venezuela dispuso en marzo una cuarentena nacional para frenar al coronavirus, la abogada y agente de bienes raíces Berta López no estaba segura de cómo pasaría su tiempo, hasta que subió por casualidad a la azotea de su edificio.

Descubrió que no sólo los vecinos se reunían allí para disfrutar del atardecer o escuchar música, sino que también encontraban amigos entre los propios residentes de los edificios cercanos en la exclusiva zona de Los Palos Grandes, en Caracas.

Primero compartieron vino en una botella de plástico atada a un hilo de pescar que arrojaban a otro vecino de un edificio cercano, y luego recibían de nuevo para enviarlo a otras personas.

Después del vino, empezaron los cafés por las tardes y cenas con la distancia social requerida.

“Las terrazas cambiaron su rol de ser un sector de mantenimiento a un espacio para compartir a distancia con los vecinos”, reconoció López, “esto me motivó a estar más en contacto con la naturaleza, a pasar menos tiempo en las redes sociales y en el teléfono”.

El grupo de tres edificios de Los Palos Grandes ofrece únicas vistas del atardecer con el imponente cerro El Ávila de fondo, el que separa la capital de Venezuela del mar Caribe.

También reciben visitas frecuentes de majestuosas guacamayas, unas aves tropicales de colores vibrantes y con un sonido peculiar, mientras se mueven de balcón en balcón para ser alimentadas por los residentes.

 

LEG