El Presidente se la pone difícil a sus seguidores menos fanatizados, esos que quisieron verlo como un político moderado, capaz de llevar a México por el camino de una izquierda más siglo XXI. Así, celebran como un gran triunfo de la democracia que en el Grito no haya insultado a nadie, y al día siguiente nos toca ver un desfile con carros alegóricos que hablan de las tres transformaciones anteriores a la suya, como si la historia culminara con su persona. ¿Que el sexenio echó a andar con una apuesta valiente por la despenalización de la mota? Pues la apuesta se estancó y el Presidente se guarda muy bien de entrarle al tema. Del mismo modo, el divorcio es un mal –sí: un mal– del neoliberalismo, Mireles puede decir la animalada que le parezca y los evangelistas no reciben más que arrumacos.

No me queda claro por qué estos seguidores vieron en el Presidente a un progresista: su discurso siempre ha sido conservador, por no decir que reaccionario, o sea, proclive a meter rewind lo mismo en los terrenos de la moral, que en los de la economía o la seguridad pública, que, sí, está militarizada, que en los de la laicidad. Espero que no me tomen esto como el enésimo capítulo de “Se los dije”. Puedo entender la voluntad de cambio que nos llevó a la 4T, aunque no la comparto. Entiendo que muchos hicieron un voto razonado, y no creo que ese voto implique una especie de pecado original.

En cambio, y éste es mi punto, creo que lo de razonar es una necesidad que sigue vigente, y hoy razonar implica aceptar los fracasos y los rasgos más lamentables del régimen. O sea, aceptar que es una administración ultra conservadora, así como es inepta en temas económicos y en los que tienen que ver con la seguridad, en los que sigue la misma estrategia de los sexenios pasados, pero en versión timorata. ¿Ha habido un proceso de aceptación semejante entre los seguidores del Presidente? No. Con demasiada frecuencia, leo o escucho el falso contraargumento de que con Calderón o Fox (nunca con Peña) las cosas estaban peor.

Bien, es momento de abandonarlo. No es que los sexenios panistas sean inmunes a la crítica, o que debamos renunciar a analizarlos. Es simplemente que, en una especie de complotismo en retrospectiva, los ex presidentes han pasado a convertirse en culpables de todo lo malo. Pero los ex presidentes, por mucho que figuren en redes sociales, están jubilados. Puede que no haya un culpable de todo lo que ocurre. Pero hay un responsable. Le toca rendir cuentas.