España lleva más de una semana aguantando la respiración. El pozo que se tragó al pequeño Julen de tan sólo dos años de edad no quiere devolverlo.
Cuando hace dos domingos la familia daba un paseo por el campo antes de preparar la paella, no podía imaginarse que el pequeño podría caerse por aquel agujero de casi cien metros y, lo peor, que no volvería a salir.

Desde el momento en que ocurrió la tragedia, una ola de ingenieros, guardias civiles, policías, psicólogos y voluntarios -muchos voluntarios- intentan rescatar desesperados al pequeño Julen.

Entonces comenzó el rescate, un rescate. Empezaron a construir otro pozo paralelo de 60 metros de profundidad. Una vez conseguido cavarían a mano un hueco de cuatro metros para llegar donde se supone que se encuentra el pequeño. Esto último podría ser arriesgado. Por eso tendrían que hacerlo a mano. En circunstancias normales este tipo de túneles tardarían semanas en construirse, pero no hay tiempo. Han pasado ya nueve días y hay que sacar al pequeño Julen. Por eso el rescate está siendo tan titánico como heroico.

Están haciendo lo humanamente posible. Primero empezaron a cavar un hueco horizontal desde la ladera hasta el niño. Cuando llevaban ya excavados unos cuantos metros se dieron cuenta de que la estructura podría ceder y se convertiría en algo arriesgado.

Entonces se toparon con otro problema. Se trataba de un tapón de piedras de arena a 60 metros de profundidad. Debajo creen que se localiza Julen. Con máquinas sofisticadas intentaron abducir piedras y arena, pero no fue posible.

Pasaban las horas y los días; pasaba el tiempo mientras nada se sabía del pequeño Julen. ¿Cuánto habríamos dado por poder parar el tiempo? Pero el tiempo ni se para ni se compra.

La labor que están realizando todos los que participan en el rescate es encomiable. Los padres, rotos en llanto, son los primeros que lo están agradeciendo. Pero hay que actuar con celeridad.

Nadie sabe cómo se encuentra el pequeño. Ya han transcurrido nueve días desde que se cayó por el pozo. Tampoco se sabe cómo fue la caída ni en qué situación puede estar. Todo ello hace que la angustia sea mayor. Por eso toda España continúa conteniendo la respiración a la espera de que lo encuentren.

Nunca había ocurrido nada igual. Un pozo, cien metros de profundidad, sin rastro del pequeño y un rescate vertiginoso. Ahora esperamos que lleguen las buenas noticias.