En el futbol, como en todo organismo, como en todo colectivo, existen mecanismos de alarma: alguna de sus partes que inflama, sangra o duele; el incómodo foco que al parpadear afecta a la vista, desconcentra, saca de sus cabales a la mente; ese pitido incesante que aturde no sólo por su estridencia, sino por recordarnos a cada chillido que algo en el ecosistema se ha estropeado y exige solución.

El Real Madrid, club elegido entre los elegidos, gozó de la inmensa suerte de que, en plena gloria, varias alarmas sonaran…, y las ignoró. Para el común de los proyectos, no hay advertencia: en el primer aviso de dolor está la caída. Para los merengues, la hemorragia estalló con el equipo coronándose en Europa por tercera vez consecutiva y cuarta de cinco, en Kiev.

Esa noche, en la que el Madrid sólo se impuso en la final porque es el Madrid (incluyamos en esa predestinación al autodestructivo Karius, y a la lesión de Salah, y a la efímera gloria de Bale), fue evidente que el campeón de Europa estaba en bancarrota futbolera y vivía de sus más añejas rentas.

Horas después de la peregrinación copa en mano ante sus fieles, debió comenzar la reconstrucción. Un examen tan riguroso como sincero que separara lo que tanto había servido de lo que en el futuro tendía a servir. Sin caprichos presidenciales, sin filias ni fobias, sin asumir la continuidad como homenaje a los astros de los últimos años, sin obstinarse en ver lo que se quiere ver.

Si ese Madrid ya era mucho más débil respecto al del verano anterior (salieron James, Morata, Pepe), sólo conocerse que Zinedine Zidane se iba y que la eterna amenaza de partida de Cristiano Ronaldo al fin era genuina, la fragilidad tuvo que ser notoria para todos…, menos para quienes mandan en el Bernabéu.

Sin embargo, lo único peor que escuchar alarmas es negarlas: ¿alarma?, no he oído nada, ¿cuál alarma?; ¿sangre?, si esa herida ya ha sido vendada, mira la cicatriz. Precisamente lo efectuado por la cúpula blanca, máxime cuando en la Supercopa europea se exhibieron los problemas que han lastrado a la temporada madridista: que sin Cristiano hay un agujero negro en la delantera; que urgen delanteros; que la otrora mejor media cancha del mundo caducó; que Marcelo ha pasado de la distracción a la displicencia sin que se sepa si ya son lo mismo; que los años pesan hasta a Sergio Ramos; que en la banca, donde abundaban soluciones, hoy hay incógnitas. Abrumado por crisis en defensa, media y ataque, el Madrid trajo a un portero: a la casa a la que le faltaba todo menos refrigerador, le compraron otro frigorífico.

Inicia 2019 y se vuelve a blanca versión de la ruleta rusa: todo a la Champions. Sólo que sin Cristiano. Peor incluso, sólo que sin fe.

Twitter/albertolati

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