Lo único que tiene que hacer Paco Ignacio Taibo II es sentarse a descansar, mientras la aplanadora de Morena pasa por el Congreso una modificación legal que le permita como nacido en el extranjero ocupar un cargo titular en la administración pública.

Y mientras espera la aprobación de la Ley Taibo, este intelectual podrá decir a los cuatro vientos que tenía razón cuando enfrentó al futuro jefe de la Oficina de la Presidencia, Alfonso Romo, y le preguntó “quién chingaos somos nos”.

La depuración de la derecha, como lo adelantó el futuro director del Fondo de Cultura Económica, está en marcha por parte de los grupos más reaccionarios de la izquierda que cobijan al Presidente electo, Andrés Manuel López Obrador. Ya tuvo un estridente primer triunfo con el derribo de la construcción del nuevo aeropuerto.

El exitoso golpe en esa lucha de poder tendrá consecuencias económicas y financieras negativas todavía no dimensionadas en el Gobierno que viene, pero ciertamente anularon casi por completo el poder de ese grupo del extraño garapiñado que apoyó a López Obrador en la campaña.

Sin embargo, el Presidente electo mantiene cerca a tirios y troyanos; no se ha inclinado por depurar y apuntar en alguna dirección. Eso da margen a que personajes con agenda propia como el senador Ricardo Monreal se enfrenten y afecten al Gobierno entrante.

Y en medio de esa indefinición de geometrías políticas, Alfonso Romo tiene margen para que López Obrador respalde la creación de un consejo empresarial que asesore al siguiente Gobierno en materia de inversiones.

Este consejo está integrado por Bernardo Gómez, copresidente de Televisa; Ricardo Salinas Pliego, de TV Azteca; Olegario Vázquez Aldir, de los grupos Ángeles e Imagen; Carlos Hank González, de Banorte; Miguel Alemán Magnani, de Interjet; Daniel Chávez, de Vidanta; Miguel Rincón, de Bio Pappel; y Sergio Gutiérrez, de Deacero.

Este respiro de sensatez ya fue atacado por los detractores que, a través de sus voceros, han echado a la hoguera de las consultas amañadas la permanencia de este consejo. Sabemos el resultado.

No es poca cosa que empresarios de ese nivel pudieran tener un asesoramiento formal del Presidente electo.

Si esas voces eran realmente escuchadas, se tendrían que mandar señales de certidumbre a los capitales, hoy tan ausentes. No podría descartarse una marcha atrás a la absurda construcción de un aeropuerto en el inviable llano de Santa Lucía.

Tendrían que enterrarse por completo esas propuestas elaboradas con datos falsos para afectar el crecimiento de la bancarización, y claro que el paquete económico que viene debería ser equilibrado y responsable.

Porque si no pudieran estos empresarios ver que sus consejos se aplican, seguro que todos renunciarían a dar la cara para avalar decisiones que vayan en sentido contrario del sentido común.

Lo cierto es que está en pleno desarrollo una guerra intestina entre los grupos de influencia en torno a López Obrador para definir si la llamada cuarta transformación toma el camino radical de la lucha de clases. O, bien, si se logra un ambiente de estabilidad financiera e inversiones para el crecimiento.