Nunca se imaginó el antiguo Presidente catalán y prófugo de la justicia, Carles Puigdemont, que sus días terminarían en la cárcel.

Primero llevó a Cataluña a un abismo, transgrediendo el Estado de Derecho, votando la separación de Cataluña con respecto de España.

Jugó con la ilusión de muchos catalanes muy respetables, que quieren separarse de España. Y jugó con ellos porque él mismo sabía que eso no era viable. No era viable porque no lo permitía la ley.

El día que proclamó el esperpento aquel de la República Catalana con la mayoría de los parlamentarios en contra –eso ocurrió a finales de octubre–, el delito se había consumado. Y entonces, como un cobarde, huyó de España y se marchó a Bélgica, un país donde sabía que sería intocable. Los delitos de sedición y rebelión no están tipificados en el Código Penal belga.

¿Qué hizo España al ver que no tenía posibilidades de detenerlo? Retiró la orden europea de búsqueda y captura.
Pasaron los meses, y el pusilánime Puigdemont se fue confiando. Realizó dos viajes por Europa para internacionalizar el conflicto de Cataluña y nadie hizo nada porque no existía ninguna orden de detención.

El viernes pasado, cinco de los más importantes instigadores de la fraudulenta independencia catalana ingresaron en prisión. Faltó uno, Marta Rovira, una política separatista y antiespañola que también se fugó. Le pudo el miedo a enfrentarse a las consecuencias de sus actos. Y entonces se escapó. Se encuentra en Suiza.

Cuando el juez del Tribunal Supremo vio que era la tercera persona que huía en los últimos meses ordenó reactivar la euroorden. Puigdemont se encontraba en Finlandia. Sabía que si tomaba un avión, le detendrían. Entonces emprendió de nuevo su huida hacia su querida Bélgica. Lo que no sabía es que los servicios de Inteligencia españoles les estaban siguiendo.

Su vehículo cruzó Suecia y Dinamarca. Pensaba que ya estaba más cerca de Bélgica y pensaba también que seguía mofándose de la justicia. Entonces entró en territorio alemán. La Policía de esa nación estaba advertida como también lo estaba la danesa, pero España pidió que no se le detuviera en ese país nórdico.

Puigdemont estaba ansioso. Eran las 11:27 horas de la mañana del domingo. Se encontraba a tan sólo 30 kilómetros de Bélgica. Creía haber ganado de nuevo la partida de ajedrez contra el Estado español.

A 29 kilómetros, la Policía española junto con unas patrullas de la alemana hicieron parar al vehículo que transportaba al infeliz Puigdemont. Dicen que enmudeció, que se quedó blanco, que le tembló el cuerpo.

-Tiene que acompañarnos-, y en ese momento, en ese preciso momento, a Puigdemont le cayó el veinte de su aventura sin ningún sentido, más allá de que cinco mil empresas catalanas se marcharan porque desconfiaban de los planes secesionistas y que la economía catalana había caído en barrena en cinco meses. Pero sobre todo le cayó el veinte de que no se puede transgredir la ley, y menos poner al Estado y a los ciudadanos contra las cuerdas.

En unos 45 días aproximadamente llegará extraditado de Alemania. Ahí le habrá caído el veinte de verdad. Sobre él pesan condenas que superan los 30 años de prisión. Los delitos son muy graves. Pero hay una cosa que quedará, y es que abrió el melón para que en un futuro otros pretendan separarse.

Siempre que sea dentro del marco constitucional, no habrá ningún problema. Pero si lo hacen por su cuenta y riesgo, sufrirán las mismas consecuencias de Puigdemont y todos aquellos que le siguieron en una aventura carente de sentido.

JNO