En enero, las altas de los gimnasios suben como la espuma y las academias de idiomas lanzan ofertas para captar a aquellos que prometieron mejorar su inglés, todavía con una copa de cava en la mano y recitando aquella frase de “año nuevo, vida nueva” que esconde un apocado “mejor… ya empiezo mañana”.

 

Los propósitos de fin de año no son nada nuevo. Los antiguos babilonios ya hacían sus promesas para ganarse el favor de los dioses y empezar su nuevo año, que empezaba tras el equinoccio de primavera, con promesas de pagar las deudas y devolver los aparejos de labranza tomados en préstamo.

 

Hoy en día, las propósitos con uno mismo han cambiado y se centran en ser más ecológico, telefonear más a los parientes, ser menos huraño en el trabajo, aprender idiomas, dejar de fumar o adelgazar unos kilos de más, unos objetivos más o menos modestos que compiten con las altas ambiciones de algunos de encontrar el amor, o el más difícil todavía, un trabajo.

 

¿Misión imposible?

 

En plena cuesta de enero, algunos se empeñan en desafiar la lógica empezando una dieta estricta cuando todavía quedan polvorones y turrones en la alacena; o con un combo de propósitos, a priori, incompatibles, como ahorrar más, apuntarse al gimnasio y a la academia de chino.

 

La mayoría no lo logrará. Un estudio de 1989 realizado por John C. Norcross, de la Universidad de Scranton, concluyó que solo un 77% de los encuestados lograba cumplir sus promesas a rajatabla durante la primera semana, y un estudio de seguimiento del mismo investigador, en el año 2002, indicaba que, pasado un mes, solo el 64% continuaba con el reto, una cifra que descendía al 46% a los seis meses.

 

En la fuerza de voluntad también influye la edad, y los datos confirman que las viejas costumbres son difíciles de desterrar, ya que, mientras que casi el 40% de los veinteañeros alcanza su objetivos, solo el 14% de las personas de más de cincuenta años logra cumplir lo que promete la última noche de diciembre.

 

De kilos y familia

 

El mismo estudio establecía el ranking de los deseos estrella para el nuevo año, por lo menos entre los estadunidenses, a la cabeza del cual se situaba perder peso, seguido de la ilusión de ser más organizado, ahorrar más, disfrutar la vida, mantenerse en forma, aprender algo excitante, dejar de fumar, ayudar a otros en sus sueños, enamorarse y pasar más tiempo con la familia.

 

De todos estos soñadores, solo el ocho por ciento cumplirá con rotundidad su objetivo, mientras que la mayoría se quedará en algún punto intermedio.

 

Para salirse de la norma, este año se puede optar por dejar las preocupaciones a un lado y abandonarse al placer dándose el gusto de comer manjares, aprender un deporte nuevo y divertido, poner el móvil en modo avión con más frecuencia y, en cambio, usar el avión para viajar más, sin necesidad de acompañantes y sin más adiciones que una maleta y uno mismo.

 

Quién sabe si los propósitos se cumplirán, porque aunque las esperanzas de cambio de los entusiastas del Año Nuevo no siempre llegan a buen fin, su “modus operandi”, aunque imperfecto, funciona.

 

Por prometer, que no quede

 

Los investigadores siguieron a dos grupos de personas con los mismos objetivos, unos que se formulaban sus retos explícitamente, en forma de propósitos de fin de año, y otros que no, y descubrieron que los que juraban cambiar su vida con el inicio de enero tenían diez veces más posibilidades de no abandonar -un 46% frente a un 6%-, a los seis meses.

 

Si, aún así, queremos asegurarnos de perder esos kilos de más, o de aprender ese vocabulario en inglés de menos, siempre queda el truco de contárselo a mucha gente, para así combatir la tentación de enterrar la promesa bajo el roscón de Reyes.

 

Los recordatorios constantes de amigos y familiares pueden servir como motivación y evitar así que el propósito caiga en el olvido, pero también para que, al año siguiente, la promesa entonada sea no hacer más promesas, al menos en voz alta.