Desde la visión del cliché, hablar de terrorismo yihadista en la ciudad de la fantasía, Las Vegas, es como analizar el cambio climático desde Walt Disney. Los precandidatos republicanos y CNN tomaron la decisión de organizar el martes pasado su quinto debate en la capital de las apuestas. Debate dedicado a seguridad nacional y terrorismo.

 

Faltan 44 días para las elecciones primarias en Iowa y los republicanos no logran desactivar la estrategia del oscuro comediante Donald Trump.

 

Trump me recuerda aquella escena en la que un asistente a una conferencia solemne del creador de Microsoft, Bill Gates, se levantó de su lugar y de su mano derecha le lanzó un pastel de merengue; o al individuo que durante una conferencia de prensa del entonces presidente George W. Bush le lanzó un zapato en dirección a su cabeza, que el mandatario logró sortear gracias a sus reflejos felinos.

 

Cuando Trump desfila en compañía de los precandidatos republicanos hacia sus respectivos atriles desde donde debatirán frente a las cámaras de televisión, veo al empresario como un personaje que le lanzará a Jeb Bush un pedazo de hamburguesa; a Marco Rubio una Coca Cola, y a Ted Cruz un merengue.

 

En su interior, Trump se divierte; logra contener las carcajadas cada vez que menciona estupideces. Trump se frota las manos cuando arrincona a sus contrincantes. Ellos, le temen. No están dispuestos a desenmascararlo. El éxito de Trump reside en fisurar la solemnidad de la atmósfera en la que se mueven sus oponentes. No hay herramientas políticas para analizar a Trump; existen, y muchas, herramientas mediáticas para hacerlo.

 

Después de cuatro rounds sobre la lona, Jeb Bush se levanta (en el quinto debate) para dirigirle unas palabras a Trump: “Eres muy bueno para los chistes, pero eres el candidato del caos y serías un presidente del caos, no eres el comandante jefe que necesitamos para mantener la seguridad en nuestro país” (The Washington Post, 15 de diciembre). ¡Eureka! Tuvo que ser hasta el quinto debate cuando uno de los precandidatos se percató del rasgo toral de Trump, su oscura comicidad.

 

Trump está dispuesto a invadir por tierra a Siria, Irak y Afganistán para borrar al Estado Islámico. Así de fácil. Seguramente lo haría dejando a su paso bombas a los involucrados en las múltiples alianzas: de Turquía a Arabia Saudita pasando por Rusia, Francia y Gran Bretaña. Gracias a la estupidez o a un indeterminado número de horas frente a los videojuegos, Trump tiene la audacia de colocar sus ofertas políticas en el mercado del deseo del estadunidense promedio.

 

Si a México Trump le pedirá la construcción de un muro fronterizo, a los musulmanes que llegaron a Estados Unidos desde el primer día de gobierno de Barack Obama, les abrirá la puerta para que salgan. Trump estigmatiza, sabe que es la táctica óptima para comunicar miedo a la población.

 

Trump reemplazó de su agenda a México la noche de los atentados en París, y San Bernardino le ayudó a tropicalizar el discurso anti yihadista. Lo que necesitaba. Así llegó al quinto debate. Ideal para reforzar su mensaje central: expulsar a los musulmanes. Un día después, todas las escuelas en Los Angeles cerraban sus puertas frente a una amenaza terrorista. En Nueva York, relativizaron la amenaza que también les llegó. El alcalde neoyorkino decidió mantener las puertas abiertas de los colegios porque la policía encontró algunos detalles en la redacción de la carta transmitida a través de un correo electrónico. Por ejemplo, escribir alá y no Alá.

 

El índice de matrimonios vegasianos es el mayor que existe en Estados Unidos; sin protocolo solemne ni llamados a misa, las parejas cumplen su sueño. Ahora, Trump debería hacer lo mismo. Rendir protesta como presidente entre la torre Eiffel y los canales venecianos. Todo es posible en Las Vegas.