La cosa pública en Francia se asimila de mejor manera a la filosofía que a la política. Inclusive, la literatura proyecta con alegoría realista lo que los politólogos no logran hacer a través de sesudos escenarios. Michel Houellebecq sitúa a Manuel Valls y a Jean-François Copé en las elecciones de 2022 sudando frente a dos partidos titánicos, el ya conocido Frente Nacional y la Hermandad Musulmana.

 

Este último conocido sobre todo en Egipto por haber sido el primer instituto político en llegar a la presidencia a través de las urnas. Houellebecq (y sus lectores) sabe que sus provocaciones se convierten en fatídicas realidades. Así, en su novela Plataforma se adelantó varios meses a un ataque terrorista en Bali en contra de vacacionistas occidentales en 2002. Y ahora, Sumisión llegó a las librerías europeas el día de la masacre islamista en contra de periodistas y policías que trabajaban en el semanario Charlie Hebdó.

 

La Francia convertida en un califato en manos de Mohamed Ben Abbes representaría el punto máximo del fenómeno transcultural que tanto asusta a los xenófobos. Adiós al bipartidismo.

 

Dejando a un lado las proyecciones de Houellebecq queda una realidad un tanto filosóficamente sórdida para quien se aproxima a suceder a François Hollande en la candidatura del Partido Socialista para las elecciones presidenciales de 2017: Manuel Valls.

 

El pasado sábado por la mañana se encontraba en Poitiers en un evento del partido cuando súbitamente se trasladó al aeropuerto para abordar un avión Falcon perteneciente al Estado francés para viajar a Berlín. La fiesta de la Final de la Champions lo esperaba. Culé de corazón (nació en Barcelona), Valls quiso compartir con su hijo su pasión por el futbol pero la realidad es que no midió el costo que tendrá que pagar por haber abordado un bien público para fines privados.

 

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Ayer, la editorial de Le Monde lo hizo pedazos. “Ha tropezado como cualquier aficionado al futbol”. El costo monetario del viaje en el Falcon, de acuerdo a las estimaciones del periódico francés, es de 20 mil euros (360 mil pesos). Valls pudo haber contextualizado su decisión a través del costo de oportunidad. Quizá aludiendo a la seguridad post Charlie Hebdó; quizá a una propagación fantasiosa de la epidemia Germanwings; o anteponiendo el costo de oportunidad temporal durante el desplazamiento dado que los minutos para un personaje que es primer ministro como lo es Valls, son en realidad segundos.

 

Pero no. Manuel Valls se metió al laberinto que cualquier burócrata suele usar para justificar sus deslices: que si tenía que asistir a una cumbre tête à tête con Michel Platini para tratar el tema de la Eurocopa que Francia celebrará en 2016. Que se trató de un “descanso” para alguien que “trabaja duro”.

 

Nicolas Sarkozy llegará a la candidatura del partido reinventado como Los Republicanos con varios casos de corrupción en sus espaldas mientras que Valls ya acumula varios pasivos en su haber. Así, los presagios de Houellebecq se asoman, sobre todo, por el hartazgo del bipartidismo. Quizá no sea Mohamed Ben Abbes el que asalte el Palacio del Elíseo pero sí Marine Le Pen.

 

Los franceses ya rechazaron vía referéndum la Constitución europea; también rechazaron el bipartidismo a través de las elecciones europeas. Ahora, los socialistas y los republicanos filosofan sobre el uso de aviones públicos para fines lúdicos. Al margen, el desempleo supera el 10% y el outsourcing ya embona con los contratos basura.

 

Si la política en Francia fracasa, su efecto mimético atravesará al mundo en tiempo real.

 

Lo importante para Valls es que bailó de emoción en la fiesta del Barca en Berlín.