Mi último artículo trató el tema de un fantasma del pasado que sigue persiguiendo el inconsciente colectivo de la sociedad americana y que, por desgracia, se hizo presente en la muerte de dos personas de raza negra, desencadenando las peores revueltas sociales de los últimos años.

 

El presente artículo se enfoca en otro fantasma que sigue presente en la sociedad argentina: el de la dictadura.

 

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La noche del domingo 18 de enero, la misteriosa muerte de Alberto Nisman, fiscal que investigaba desde hace más de una década el atentado terrorista contra sede de la Asociación Mutual Israelita Argentina (AMIA) en 1994, abrió un nuevo capítulo en el largo historial del oscurantismo político y la corrupción en Argentina.

 

Antes que nada, es importante retomar los aspectos contextuales. El 18 de julio de 1994, 85 personas murieron en la sede de la AMIA con la detonación de un coche bomba. En octubre de 2006, Nisman dictaminó que el responsable intelectual del atentado fue el gobierno de Irán, a través de la milicia Hezbolá. Más de 20 años después, el caso sigue sin resolverse por completo, ya que ninguno de los autores ha sido condenado.

 

La labor del fiscal Nisman era crucial para la impartición de justicia, sobre todo en el contexto actual, en el que Irán y Argentina mantienen relaciones cada vez más cercanas y el atentado les representa un asunto proporcionalmente incómodo.

 

Ahora, el enigmático balazo que dejó sin vida a Nisman llevó a un escepticismo generalizado por medios de comunicación y la población en general. La presidenta se apresuró en anunciar que creía que su muerte había sido un suicidio. Cuatro días antes, el fiscal Nisman había denunciado a Cristina Fernández y su Ministro de Exteriores, Héctor Timmerman, como “autores y cómplices de un encubrimiento agravado y obstrucción de la justicia” del caso AMIA, con el objetivo de impulsar concesiones comerciales y petroleras con Irán. Un día después de su muerte, el lunes 19, se tenía previsto que presentara sus evidencias.

 

Ante la actitud de la gente y la incredulidad ante su suicidio, Cristina Fernández cambió rápidamente de opinión cuando médicos forenses no encontraran rastros de pólvora en sus manos. Así, días después expuso que su muerte no había sido un suicidio, sino que su muerte respondía a un grupo de gente que busca desestabilizar su gobierno.

 

El fantasma que mencioné al principio del artículo hace su macabra aparición en este punto. La controversia y la especulación implícita en un crimen de tan alto nivel, hace recordar aquellos tiempos que Argentina vivió bajo la llamada “Guerra sucia” entre 1976 y 1983, en la que desaparecieron cerca de 30,000 personas.

 

La Secretaría de Inteligencia de Argentina juega un papel relevante en este tema. A lo largo del periodo kirchnerista, primero con Néstor y ahora con Cristina, la evidencia apunta a que sus agentes están al servicio del gobierno para espiar al sistema de justicia. Personas cercanas a Nisman afirman que el fiscal había recibido amenazas por parte de agentes de inteligencia. La semana pasada Cristina anunció la disolución de la Secretaría de Inteligencia, dando paso a una profunda reforma.

 

De esta manera, en una época donde se cree que Argentina vive en democracia, la muerte del fiscal Nisman revive una compleja situación social y política que no es ajena a la memoria colectiva de la población en general. En un artículo para la revista New Yorker, Jon Lee Anderson, de manera muy atinada, llama la muerte de Nisman “un misterio muy argentino”.

 

La verdad es difícil de conocer y tendrán que pasar años para tener cierta certeza en el tema. Las posibilidades son numerosas y se contradicen unas con otras. Se ha comentado que es posible que Nisman se haya suicidado ante la presión de no contar con las pruebas suficientes para incriminar a la presidenta y su círculo cercano. Pudo haber acabado con su vida por el temor de tener en su contra a una cúpula política con poderes extraordinarios, en colaboración con un poderoso círculo de poder en Irán.

 

La posibilidad que más nos inquieta es aquella que involucra directamente a Cristina Fernández en una compleja y delicada conspiración para callar a alguien con suficientes pruebas para enterrar su carrera política.

 

La tragedia que representa el fallecimiento del fiscal Nisman no solamente marca una profunda herida en la sociedad argentina. Este capítulo tendrá irreversibles consecuencias electorales para la elite kirchnerista, quienes pierden adeptos día con día.

 

No queda mucho más que esperar a que se presenten nuevas evidencias que ayuden a difuminar las tinieblas que envuelven este enredado y arriesgado caso.

 

Con la muerte del fiscal Alberto Nisman, hasta el momento, el más afectado ha sido el gobierno de Cristina Fernández, sobre todo en su futuro electoral. Mientras tanto, el pueblo argentino sigue en espera de la verdadera justicia y de enterrar cualquier vestigio de la tan dolorosa dictadura.