RÍO DE JANEIRO.- Con magia, en el futbol la gente que usa el término se refiera a lo impredecible, a ese ingrediente que sale de lo común porque a alguno de esos 22 sobre el terreno de juego se le olvidó el recato, el pudor, vaya, las buenas maneras y la educación. Justo eso los hace fuera de serie, esos escasos segundos, incluso fracciones de segundo, en los que un jugador como Lionel Messi cambia el mundo con un drible, o dos, o tres.

 
Era el minuto 65. Pero como si no lo hubiera sido. Bosnia Herzegovina, ya lo sabemos los mexicanos, había presentado al futbol rocoso en su máxima expresión. Marca demoledora en la media cancha, dos a uno, tres a uno y si no, la patada. Las miradas atentas como aves de presa para caer sin piedad sobre el de camiseta a rayas, se llame Messi, Di María, Mascherano o Higuaín, que eso de las jerarquías, a un equipo debutante en el Mundial, a un grupo de sobrevivientes de una guerra, alguno incluso combatiente, no le importa un carajo.

 
Messi rompió el partido, que estaba ganado Argentina casi desde el arranque, a causa de un autogol de Kolasinak. Mala fortuna apenas en el minuto 3. Y ahí pudo pensarse que se vendría la goleada. Nada más alejado de la realidad. Bosnia estuvo cerca del empate con más fervor que técnica, mientras los argentinos no entendían cómo les habían anudado en la media cancha.

 
Avances, nada, pases de fantasía, menos. Marrullerías, los de enfrente tampoco vienen saliendo del colegio de monjas. Conforme los minutos fueron pasando, los de la Albiceleste comenzaron a dar muestras de desesperación. Sobre todo considerando que según ellos, se enfrentaban a un rival menor. Pero nada, los europeos estaban peleando cada pelota y muchas las ganaron haciendo valer su portentoso físico.

 
Lo que hizo Messi fue increíble. Tomó el balón en la media cancha y lo acarreó uno metros, trianguló y quedó fuera del área, con la marca de tres depredadores que iban sobre él. Bien sabe cualquier equipo que enfrente a Argentina que no debe cometer faltas al borde del área, por eso no lo derribaron en la primera, ni en la segunda, ni en la tercera finta. Comprendieron tarde que el pequeño astro del Barcelona se hacía espacio para disparar. Cuando el portero Begovic comprendió, era tarde, el balón pegaba en el porte a su derecha e iba al arrullo de la red.

 
Y estalló el grito contenido de la afición argentina. Porque no es lo mismo estar salte que salte todo el juego, repitiendo sus cantos bobos, que cuando el grito de gol destroza las gargantas y estremece a la patria del futbol desde su corazón mismo, el Estadio Maracaná, aquí, en Río de Janeiro.

 
Bosnia se acercó en el marcador en el minuto 85, pero nadie lo tomó en serio. Argentina se había sacudido el asombro y administraba el juego. Ni remotamente estuvieron en peligro hasta el final.

 
Sólo queda decir que todos vieron cómo se le anula a Argentina. Si algún equipo con más destreza de gol lo logra como Bosnia, adiós a uno de los favoritos del Mundial.