En poco más de un año, el gobierno del presidente Enrique Peña Nieto logró lo que los ex presidentes panistas, Vicente Fox y Felipe Calderón, no pudieron hacer en 12 años: “echarle el guante” a Joaquín El Chapo Guzmán. Y cómo iban a conseguirlo si durante ese lapso pareció, nada más pareció, que funcionarios de ambos gobiernos blanquiazules lo toleraron, lo solaparon y hasta lo protegieron.

 

 

En la memoria de la sociedad mexicana quedará registrado el hecho de que en el gobierno del “cambio sin rumbo” de Vicente Fox, “alguien” le abrió al Chapo la puerta grande del penal –perdón, el penal “Puente Grande”-, para que saliera y pudiera reintegrarse a sus actividades. ¿Y a mí por qué me van a recordar por ese hecho si apenas me estaba acomodando en la silla presidencial?, podría responder el ex presidente. Pues sí, pero en los seis años de su administración Fox se la pasó desmantelando las instituciones de seguridad pública, los organismos de inteligencia y contrainteligencia y otras dependencias, lo que le permitió al multicitado delincuente seguir operando “a sus anchas”.

 

 

También quedará en la mente de muchos ciudadanos y ciudadanas aquella cínica declaración que Calderón hizo en noviembre pasado cuando dijo que el crimen organizado y desorganizado se apoderó de instituciones; que en su lucha contra el narcotráfico su objetivo primordial “no fue perseguir a los narcotraficantes per se” (mucho menos a El Chapo, le faltó precisar); que en su sexenio, el saldo de 70 mil muertos por la violencia no se debió “a la acción del gobierno fundamentalmente”, sino a los “enfrentamientos de cárteles contra cárteles, que provocaron una ola de violencia enorme, enorme”. ¡Pues qué poca!, ¿no? Expresaron en su oportunidad los observadores.

 

 

Por supuesto que la aprehensión de El Chapo deja en tela de juicio a Fox y a Calderón, pero lo más relevante será “la sopa que suelte” el narcotraficante más buscado de México y el mundo; podríamos enterarnos, por ejemplo, de la enorme y poderosa red de complicidades con funcionarios públicos y empresarios privados, sin los cuales el delincuente hoy recapturado no hubiese podido operar tan alegremente como lo hizo tantos años.

 

 

Veremos si comienzan a caer cabezas chicas, medianas, grandes y gigantescas de los socios ocultos del narco number one. Y seguramente veremos también la reconstrucción de los mandos del Cártel de Sinaloa y el recrudecimiento de la violencia entre cárteles. De cualquier manera, lo previsible -o por lo menos lo deseable- es que podamos presenciar el espectáculo picante y divertido de la pasarela de sus socios.

 

 

Ahora ya dejó de importar la persona apodada El Chapo y comenzará a ser importante la cadena de complicidades que logró armar, muchos de cuyos eslabones son -sin duda alguna- integrantes de la administración pública, de la clase política, del sector empresarial y hasta ciudadanos de a pie que formaban la “base social” del macromaloso sinaloense.

 

 

Al que sin duda “le supo a gloria” la recaptura del multicitado, fue al gober… perdón, al Comisionado federal de Michoacán, Alfredo Castillo, a quien le estaba “lloviendo en su milpita” con el asunto de El Abuelo, con quien se reunió el pasado 5 de febrero, sin saber -Castillo dixit- quién era ni a qué se dedicaba. ¡Y cómo iba a saberlo! Exclaman algunos malosos, si los servicios de inteligencia del Ejército, la Marina, el Cisen, y tal vez agencias estadunidenses como la DEA “no le pasaron corriente” de quién es quién en el mundo del narcotráfico y de la delincuencia organizada y desorganizada. Obviamente, pudo haber sido un descuido, para que no vayan a pensar otra cosa, ¿eh?

 

 

Bueno, el chiste es que el comisionado va a descansar un ratito, mientras nos entretenemos con el espectáculo de El Chapo”.

 

 

(A los lectores de 24 Horas y de la Agenda Confidencial, el columnista les informa que, en principio, se publicará los lunes, miércoles y viernes).