The more perfect the artist, the more completely separate in him will be the man who suffers and the mind which creates; the more perfectly will the mind digest and transmute the passions which are it’s material.” –T.S. Elliot.

Sucesos mundiales tenemos muchos, desde el Congreso Mundial de la Salsa, hasta el Mundial de Futbol -acontecimientos violentos, guerras y genocidios también: La Primera Guerra Mundial o los ejércitos que intervienen como aliados-. Pero un acontecimiento simbólico de envergadura mundial, que transcurra casi al mismo tiempo en las capitales progresistas del Nuevo y Viejo Continente… es decir, jaque de la propia mundialización, ninguno tanto como el movimiento que Marcel Duchamp representa. Pequeño, insignificante y -para su placer- tan provocador como un hombre.

Willem de Kooning dijo alguna vez: “Duchamp es su propio movimiento” (refiriéndose al contexto de los movimientos artísticos de vanguardia). Duchamp era el ocurrente con una manera efectiva de cuestionar la autoridad; se movía solo, se deslindaba constantemente de los movimientos, y abandonaba todas las técnicas. Gran ejemplo de ellos son sus readymades, siempre basados en indiferencia visual y, al mismo tiempo, en la total ausencia del buen o el mal gusto, él lo dice sobre Roue de bicyclette (1913), que montó en París dos años antes de que se acuñara el famoso término: ” Cuando puse una rueda de bicicleta sobre un banco… No existía la idea de readymade o nada así. Era sólo una distracción (“Apropos of Readymades” Una plática que dio en el MoMA en 1961).

El mundo estaba en huelga de acontecimientos, y el artista debía ser el canal para volverlos a encontrar. La tensión y la revuelta se anunciaban de Nueva York a París; del Camden Town Group al DaDa (y sus derivaciones, entre ellas Duchamp. Muy discutible*), los aires se caracterizaban por los cambios que se provocaron durante esos años.

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Bien, Duchamp estaba retando los soportes del arte y desafiando la dominación de sus instituciones. Sus acciones sugerían la suposición de que la habilidad y originalidad son las cualidades necesarias de la obra de arte. Sus “piezas” exhibían una oculta transformación cultural de las “obras de arte” en el momento en que se muestran dentro de centros de exposición (“Se desenmascara el mercado del arte cuando se obliga al arte a pensarse a sí mismo”. D. Mutt).

Pero también plantea la pregunta para el artista. Tal vez sea este gesto el que nos impida imaginarnos un mundo sin él. Para P.B.T. (pseudónimo predilecto de Duchamp) el artista es un chamán. “Sé que esto no será del agrado de muchos artistas y que me desaprobarán aquellos que se niegan a este rol e insisten en la validez de su conciencia en el acto creativo. Aun así, la historia (del arte) decide sobre las virtudes de una obra de arte a través de consideraciones completamente divorciadas de las explicaciones racionales del artista” (Duchamp 1957).

Mientras el ideal de artista dominante era el de aquel que se perpetuaba a sí mismo a través de su creación, Marcel caminaba las calles de Buenos Aires, Nueva York y París improvisando. De hecho, así nace la propia historia mítica de la creación de Fountain, y que da cuenta de la novedad que resultaba la indiferencia y la provocación hostil.

En una caminata, el callado-filosófico y enclenque francés se quedó en una banqueta cargando un pesado orinal. Marcel estaba maravillado con el plan que había tramado en su cabeza para esa pieza de porcelana. Tenía la intención de usarlo como una broma pesada para escandalizar al apretado público consumidor de arte estadunidense. Cuando volvió la mirada a la superficie blanca, Marcel Duchamp sonrió en sus adentros…

En la serie de reacciones que acompañan el acto creativo, hay un eslabón perdido. Este abismo es el artista y la imposibilidad de expresar su intención. La diferencia entre lo que pretendió hacer y lo que hizo, es para Marcel el coeficiente artístico contenido en la obra.

El eslabón perdido es Duchamp. Cuando halló un orinal, lo llevó a su estudio, lo posó sobre su mesa y giró el artefacto 180 grados. Luego, lo firmó y puso la fecha con pintura negra en la parte inferior izquierda, utilizando el pseudónimo de R. Mutt 1917. Su trabajo casi estaba terminado cuando surgió la idea de darle nombre al mingitorio, y sin muchas vueltas eligió: Fountain (Fuente) el coeficiente. Lo que era, hasta hacía un par de horas, un objeto común, era ahora  a “fuerza de ideas” de Duchamp, una obra de arte… Al menos en su cabeza.

Creyó que había inventado una nueva forma de escultura: una en la que el artista puede seleccionar cualquier objeto de producción masiva preexistente sin ningún mérito estético, liberarlo de su finalidad funcional (que en realidad es hacer un objeto servible completamente inservible), darle un nombre y cambiarlo de contexto, para crear una obra. Pero lo que había inventado es el arte como truco. Sucede que “la fuente” de Duchamp representa la premisa más temida del momento: buen arte, mal arte y el arte indiferente eran ante todo arte y punto. “Pongan el adjetivo que quieran, pero se le debe llamar arte” (Duchamp). Parece ser que lo que nos otorga Duchamp es el “permiso”. Muchas personas aseguran que, de no haber sido él, podía haber sido otro… que el “simple acto” de poner un mingitorio en una institución museística le da justificación al arte-concepto para defender cualquier objeto por arte. Cierto, la pueden defender. Pero el mundo no ha visto otro Marcel Duchamp.

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