“¡Qué injusta, qué maldita, qué cabrona es la muerte, que no nos mata a nosotros sino a los que amamos!”.

Este es el entendimiento del conflicto en el recién inaugurado Memorial de las víctimas de la violencia. Una obra de 30 millones de pesos, con 64 placas de acero vacías y la impresión de frases aisladas.

 

No hay una sola referencia seria a la guerra intestina desatada hace seis años. Ofrece como sola explicación a la muerte el ser producto de “la violencia”, un ser etéreo que nos involucra a todos y no responsabiliza a nadie. No hay testimonios ni razones. Es un monumento muerto.

 

El parquecito sólo es representativo por la ausencia de nombres, aquellos que la administración anterior no quiso recoger por considerar que pertenecían a “los malos”. Aquellos que, en la visión panista/calderonista, por considerarlos presuntos delincuentes (aunque no haya más prueba de su culpabilidad que su muerte misma) merecían morir antes que ser castigados por el Estado con un proceso judicial justo.

 

Los panistas usufructuaron políticamente con la guerra, financiaron sus campañas con los dudosos recursos de los casinos y a cambio nos dejan unas placas vacías en el centro de Polanco. En el extremo, cedieron la gestión del parque a su víctima favorita: La Sra. Wallace.

 

Isabel Miranda defendió, sin cuestionamiento, la estrategia, la narrativa y el resultado de la controversial guerra, a cambio de una pobre candidatura. Olvidó hasta el fundamento más elemental de la causa que impulsó: la exigencia de investigaciones serias ante la desaparición de una persona. Es una mujer que mostró más afinidad con la promoción de la venganza que con la impartición de justicia.

 

Inauguraron una plaza que no significa nada ni representa a nadie. Es un espacio en el que se responsabiliza a “la violencia” de todo mal sin dar la posibilidad al visitante a entender lo sucedido. Justifican la muerte con la violencia como si ésta surgiera de la nada.

 

Mientras, un grupo de víctimas con caras e historias reales pide que sea la Estela de Luz el verdadero espacio de remembranza. Dicho monumento es más representativo. La Estela de Luz es la obra pública más defendida por el calderonismo. Es, públicamente, un abierto reflejo de la corrupción, la opacidad y el despilfarro de ese gobierno. Es un monumento ridículo, sin sentido, dispendioso y sucio, tan sucio y falso como la forma en que se libró y se presumió la guerra.

 

El monumento cuenta además con una plaza que puede servir de museo vivo, como deben ser los espacios de remembranza. Puede ser un verdadero espacio de reflexión que nos invite a analizar y entender el conflicto, sus causas, sus consecuencias. Es un sitio donde se puede dar voz y cara a las víctimas y donde se puede revelar las deficiencias del Estado que construyó el conflicto.

 

La guerra sigue en pie y estamos lejos de entenderla. Un espacio muerto, como el inaugurado Memorial mancha la memoria y valida la explicación fácil, la de los buenos contra los malos. No explica quiénes son los muertos ni quiénes sus verdugos. Con un espacio vivo, podrían exponerse las historias, las caras y los sufrimientos para revisarlas y entenderlas y para evitar que el drama se repita. Complementaría la nueva narrativa del conflicto y ayudaría a redefinir las políticas de seguridad. Como sociedad, nos permitiría tomar conciencia de la tragedia humana, generar empatía con las víctimas. Serviría para visualizar nuestra contribución al conflicto por nuestra tolerancia y abuso de la corrupción e impunidad.