Josefina sonríe como siempre, pero esta noche su sonrisa es diferente. Detrás de la fachada de alegría -“esta no es una derrota, es sólo un principio”- se asoma el dolor; sus ojos hinchados no pueden ocultarlo. “Reconozco que las tendencias no me favorecen”, dice con entereza mientras los panistas vitorean su nombre y ella sonríe, pero su sonrisa triste no logra diluir el duelo que se respira en el auditorio Manuel Gómez Morín.

 

Porque esta noche en la sede nacional del PAN todo fue “diferente”. Diferente que hace seis años cuando aquí Felipe Calderón celebraba con los panistas su dudosa victoria; hoy casi nadie recuerda a Calderón y apenas se le menciona en los discursos mientras, por lo bajo, se oye entre los panistas la palabra “traidor”. Diferente de aquel 2 de julio de 2000 cuando Vicente Fox arengaba en las calles su triunfo histórico; hoy Fox ni siquiera fue invitado y su solo nombre desata la ira porque su voto, dijo él mismo, fue “diferente”.

 

Esta noche de 1 de julio fue tan diferente para los panistas que dejan de ser gobierno y vuelven a su histórico papel de oposición.

 

“Seguimos en la brega eterna”, dice su dirigente Gustavo Madero parafraseando a Gómez Morín, y por momentos la derrota parece celebración, como si en el fondo el panismo volviera a su elemento natural como partido opositor. “Estaré vigilante de que el nuevo gobierno no se rinda ante el crimen”, amenaza Josefina.

 

Desde muy  temprano todo luce diferente en la sede panista. No llegan como hace seis años los contingentes; no hay luces pirotécnicas ni música, ni pancartas de victoria; los alrededores del edificio en la colonia del Valle lucen vacíos y adentro apenas algunos periodistas esperan noticias de la candidata que después de votar, a las 9:30 de la mañana en Huixquilucan, se refugió en su casa, con su familia, donde pasó prácticamente todo el día, comió y vio películas con su esposo y sus hijas.

 

Desde su casa conoció las primeras cifras, los primeros cortes que anunciaban la noche diferente. Que le confirmaban que no habría “Josefina presidenta” y que ella cargaría con la derrota histórica de perder el poder tras 12 años de gobiernos panistas. Tal vez ahí se preparó para intentar convertir la derrota en victoria y ensayó la sonrisa de siempre.

 

LA DERROTA INVITADA

 

Con todo, no hay una sola cara de sorpresa en el PAN. Parece como si todos supieran de antemano que la cita aquí era para lamerse las heridas y darse ánimos. En los pasillos todos esperan a que llegue la candidata. Pasan de las siete y la espera sigue. Josefina arriba al cuarto para las ocho en una Suburban arena; no hay comitivas ni despliegues, sólo se advierte su llegada porque un motociclista corta el tráfico de avenida Coyoacán para darle paso.

 

La candidata entra directo a la oficina del presidente del partido. Ahí la esperan Roberto Gil, Ernesto Cordero, Santiago Creel, Gustavo Madero, Daniel Hernández y Max Cortázar. A puerta cerrada revisan su discurso. La maquinaria del sistema mueve sus resortes y los panistas se preparan no sólo para reconocer la derrota sino para validar el resultado que ya para entonces favorece a Enrique Peña Nieto.

 

Cuando Josefina aparece, a las 8:29, los gritos de “Acción Nacional” se escuchan. Su traje sastre de un azul rey intenso refleja la luz de los flashes que se aprestan a captar la palabra derrota en sus labios. Pero ella sonríe, habla del sol de Coatzacoalcos y del calor de Mexicali; se enorgullece de haber sido la primera candidata presidencial del PAN, antes de reconocer que las tendencias no le favorecen.

 

A su lado Roberto Gil le cambia y le acomoda las tarjetas. Santiago Creel se ve afectado, Ernesto Cordero parece inexpresivo. Junto a Josefina en el templete está Marco Adame, el gobernador que acaba de perder Morelos, es otro rostro de la derrota pero celebra y canta como el que más, mientras  abajo, entre la multitud, está Juan Manuel Oliva, el único gobernador panista que anoche ganó su estado.

 

Terminan los discursos y Josefina vuelve a tomar el micrófono, insiste en su mensaje a los jóvenes. “No se rindan”, les pide. En el sonido se escucha el himno del PAN y la candidata se toma de las manos con Roberto Gil y con Madero. Todos hacen lo mismo y cantan moviendo los brazos al ritmo de los versos partidistas. Luego, como en fiesta, el DJ mezcla el himno nacional y los panistas siguen cantando. “No cabe duda que también de dolor se canta”, dice un panista.

 

Termina el himno y suena una pegajosa balada de campaña, Josefina baila, Josefina canta, Josefina sonríe, pero esta noche su sonrisa, no hay duda, fue “diferente”.