Es un lugar común señalar que los ataques terroristas del 11 de septiembre contra las Torres Gemelas en Nueva York y el Pentágono cambiaron las coordenadas dentro de las cuales transcurría la política internacional desde el fin de la guerra fría. La respuesta de la administración Bush a tales ataques, inspirada por sus ideólogos más conservadores, se expresó en una doctrina para la seguridad de Estados Unidos que colocó en el centro de su agenda interna y externa la lucha contra el terrorismo.

 

A partir de allí, se elaboró la teoría de la “guerra preventiva”, se proclamó el principio de “quien no está conmigo está contra mí”, y se intentó convertir a los organismos multilaterales de carácter político en legitimadores de la cruzada contra el terrorismo.

 

La nueva doctrina de seguridad significó cambios de enorme importancia en al asignación del presupuesto estadunidense, así como en la reestructuración de las agencias del gobierno encargadas de cuestiones de seguridad. Tuvo lugar un crecimiento desorbitado de los gastos de defensa que, junto con el recorte de impuestos, explica gran parte del déficit gubernamental en Estados Unidos que heredó el sucesor de Bush. Por otro lado, se creó el Departamento de Seguridad Interna (Homeland Security Office, HSO) que implicó la fusión de 22 agencias gubernamentales en una sola entidad.

 

Los cambios anteriores tuvieron un gran impacto en la relación con México ya que, justamente, una de las prioridades de la nueva HSO era la seguridad en las fronteras. La búsqueda de esa seguridad cobró relevancia, mientras pasaron a segundo término otros temas como la migración o la cooperación fronteriza con fines que no fuesen la seguridad.

 

La reorganización administrativa en Estados Unidos también tuvo el efecto de cambiar el peso respectivo de los actores gubernamentales que conducen las relaciones México-Estados Unidos. Por el lado norteamericano, perdió fuerza el equipo encargado de cuestiones de Comercio y el Departamento de Estado, mientras se fortaleció el HSO. Por el lado mexicano, la Secretaría de Gobernación y el Centro de Investigación y Seguridad Nacional cobraron importancia, relegando en ocasiones a segundo término a la Secretaría de Relaciones (…)

 

Mientras la erección del muro para contener la migración indocumentada y los controles fronterizos iban dando el tono a las relaciones México-Estados Unidos, en contraste con las expectativas de los años noventa, otros acontecimientos internacionales dejarían un impacto muy profundo en las relaciones entre los dos países.

 

El año 2008 será recordado por los importantes cambios que ocurrieron en el panorama internacional. Se movieron los ejes de poder internacional de Occidente hacia Asia y se profundizaron problemas globales que, sin ser novedosos, adquirieron dimensiones cuya magnitud no se había sospechado. El mundo fue otro después de 2008, opinan algunos analistas.

 

Lo primero que sacudió al mundo en aquel año fue la crisis alimentaria que pocos habían previsto con tanta virulencia (…) Se hicieron así presentes dos grandes problemas que se ciernen sobre la humanidad en este siglo: los efectos del cambio climático y el dilema de disminuir el uso de combustibles fósiles sin afectar otros sectores de la economía, como es la producción de alimentos.

 

La crisis anterior pasó a segundo término cuando estalló la crisis financiera cuya profundidad todavía no se alcanza plenamente, y cuyos efectos han sido devastadores en términos de la caída generalizada de las tasas de crecimiento, recesión, desempleo y falta de crédito, entre otros problemas (…)

 

Como señalábamos en líneas anteriores, esas crisis coincidieron con un movimiento en las relaciones de poder internacional que justifican las dudas sobre las tendencias que dominarán en el mundo del futuro. El tema de mayor importancia es el papel de Estados Unidos. Con dos guerras sin terminar (en Irak hay todavía 50 mil soldados y la de Afganistán es vista como la guerra que no se puede ganar), problemas económicos internos de gran magnitud, como son el déficit público y el desempleo, y el fortalecimiento de otros poderes económicos que ahora son sus acreedores (como China), ese país ha perdido la imagen de potencia invencible que caracterizó los comienzos del siglo. Sería un grave error pensar que en el futuro previsible ese país dejará de ser el punto de referencia del poder y la modernidad; sin embargo, hay nuevas e importantes circunstancias en el orden interno y externo que también sería un error ignorar.

 

Esa incertidumbre está obligado a ver con mayor interés el papel que desempeñan nuevos actores internacionales, como las conocidas potencias emergentes entre las que sobresalen, desde luego, China y, en menor grado pero con gran empuje, la India y Brasil. Tal escenario coloca a México ante la obligación de reflexionar sobre el lugar que desea tener en el reacomodo del poder internacional del siglo XXI; la relación con Estados Unidos es, en su caso, un elemento fundamental.

 

De todos los países de América Latina, México fue el que más resintió los efectos de la desaceleración económica que se inició en Estados Unidos desde finales del 2008. La caída de sus exportaciones (dada la contracción de su principal destino), la disminución de las remesas que envían los trabajadores migrantes, la restricción del crédito que afectó toda la actividad económica, la baja del turismo y las menores inversiones, condujeron a una disminución de casi 10% del PIB en 2009 (…)

 

Al complejo escenario internacional esbozado en líneas anteriores cabe añadir circunstancias internas de México y Estados Unidos que han obstaculizado la “relación especial” entre los dos países que algunos creyeron asegurada a finales del siglo pasado.