¿Qué nos dicen los políticos cuando no les escuchamos? La forma más fácil de saberlo es bajar el volumen de la televisión la próxima ocasión que aparezca cualquiera de ellos.

 

Cuando un político dice algo, cientos de personas escuchan; lo que condiciona su discurso, su lenguaje y sus intenciones. Durante la próxima campaña presidencial, veremos a los políticos hablar más de lo normal y pasearse en actos públicos.

 

Pero comunicar no es solamente hablar correctamente o tener un discurso preparado, por lo que los políticos se enfrentan en muchas ocasiones al problema de no saber comunicar. Creen que la política consiste en la imagen y el aspecto, por lo que cuentan con especialistas que los ayudan a transmitir que son personas sinceras, honestas y preocupadas por los demás.

 

Es decir, recurren a estrategias para hacer que su mensaje logre persuadir, convencer y seducir. Pero, los políticos la mayoría de la ocasiones olvidan “que su cuerpo habla”.

 

José Rúas Araújo, autor del libro Manual del Candidato Electoral, señala en entrevista que hay políticos que por naturaleza poseen un don para el ejercicio político. Dice, que incluso la neurociencia y la genética están demostrando la existencia de ciertos factores que facilitan que unas personas sean más proclives que otras para la acción política.

 

“Pero también es necesario adquirir una serie de técnicas y destrezas, de ahí las sesiones de training personal a las que se somete a los candidatos”, afirma.

 

El especialista señala que lo primero que tiene que hacer un candidato es saber decirle a la gente lo que quiere escuchar.

 

“Al igual que en el mundo de los negocios, el candidato debe regirse por dos reglas y artículos básicos, válidas también para el mercado electoral. La primera, es que el cliente, es decir, el votante, siempre tiene la razón. Y la segunda, que en caso de que el cliente no tenga razón, entonces se aplica el artículo primero. En resumen, que el pueblo nunca se equivoca y que, por ejemplo, no puedes venderles cambio si no quieren cambio.

 

“Todo candidato, debe cumplir las tres haches: humilde, honrado y con cierto sentido del humor. Y no sólo serlo, sino también parecerlo. La gente penaliza a los candidatos altivos o arrogantes, a los corruptos y, en cierta medida, a los faltos de gracia, ingenio o chispa y, en definitiva, aburridos, enfadados o malhumorados”, subraya.

 

“No cabe duda de que los políticos salen a escena, la escena pública, y que actúan y desempeñan un papel, pero tampoco deben caer en la tentación de sobreactuar, dando una imagen de que son de cartón-piedra, como sacados de una película”, explica.

 

El norteamericano Daniel Goleman, en su análisis sobre la inteligencia emocional, señala que aun en el caso de que exista una aparente contradicción entre lo que decimos con nuestras palabras y lo que expresamos con nuestros gestos o con nuestro tono de voz, será la verdad emocional, es decir, la que transmitimos por cauces no verbales, la que prevalecerá.

 

Así que si un votante está de acuerdo con lo que un político está diciendo, pero emocionalmente, y quizá por alguna razón que no logra explicar, se siente incómodo con esa persona, eso le daría un motivo suficiente para no darle su voto, aunque le fuese imposible detallar tal rechazo de manera racional.

 

De acuerdo con el asesor de comunicación y formación de candidatos en distintos procesos electores en España, la comunicación persuasiva es un estadio más allá de la información.

 

“Yo puedo informarle de muchas cuestiones pero no lograr persuadirle. Para vencer hay que convencer y para convencer es necesario persuadir. El problema, es que en comunicación electoral, todavía hay que dar otro paso más, desde la persuasión hacia la seducción. Un candidato o candidata puede gustarme más que otro, pero eso no implica, necesariamente, que luego le vote”, asegura Rúas Araújo.

 

En su libro (La Catarata, Madrid, 2011), Rúas describe una serie de atributos y características básicas formadoras de la imagen que se resumen en cuatro: cualidades humanas (honradez, simpatía, sinceridad…), cualidades intelectuales y de preparación (inteligencias, experiencia, nivel cultural…), cualidades políticas (aceptación dentro de la organización, capacidad de negociación…) y cualidades de comunicador (oratoria, capacidad de argumentación, imagen, telegenia…).

 

Además, todo candidato es –o debería ser- un compendio de características biográficas, personales, profesionales (currículum y experiencia), ideológicas y comunicativas. Y los elementos básicos formadores de la imagen son cuatro: la persona, la vestimenta, la actuación y el entorno o contexto.

 

Al ser cuestionado sobre cuáles son las reglas básicas con respecto a la vestimenta y demás accesorios, asegura que “la vestimenta debe ser acorde y congruente con la personalidad y forma de ser. Yo no soy partidario de fomentar cambios drásticos en la imagen de un candidato. Y la ropa, al igual que las joyas o alhajas, no deben constituir un elemento de distracción sobre lo fundamental, que es la persona, sus ideas, su discurso y su programa”.

 

“La imagen física que se proyecta debe ser coherente y no contradictoria con la forma y el estilo de la audiencia a la que nos dirigimos. No puedo presentarme como el candidato de los pobres con el pelo engominado y brillante y un Rolex en la muñeca”, puntualiza.

 

Otras cuestiones a tener en cuenta son la armonía, de forma que el color de la ropa no sea un elemento distorsionador, y la integración, dando la sensación de que todo, el candidato y sus accesorios, forman parte de una misma escena.

 

Insiste en la importancia de relativizar estas cuestiones, válidas, ciertamente, como primera impresión. “Pero luego se supone que el candidato o candidata, además de guapo o guapa y elegante, sabrá hablar. Asentar toda la estrategia de una campaña únicamente sobre la imagen de un candidato supone el riesgo de que, lo que en un primer momento puede servirte, con el tiempo puede volverse contra tí, como un boomerang”.

 

De vital importancia a la hora de “conocer” a un candidato es la comunicación no verbal. Y de acuerdo el experto, es importante analizar la congruencia entre la comunicación verbal y no verbal, entre lo que se dice y sus gestos.

 

“Hay candidatos que, cuando los observas, tienen cara de que ni ellos mismos se creen lo que están diciendo y su cuerpo o su mirada contradicen a sus palabras”, añade Rúas, quien invitado por el Tec de Monterrey para impartir diversas conferencias, pudo investigar la campaña del proceso electoral mexicano del 2006, y recientemente realizó para el periódico español El Mundo el análisis de la comunicación verbal y no verbal de los candidatos de las últimas elecciones generales celebradas en España.

 

Sobre la importancia del tono, el timbre de voz y la actitud, señala que contribuyen a reforzar el mensaje. Y, en ese sentido, cita estudios que hablan de la paralingüística, y otros que indican que un mismo discurso puede cambiar más de 80% dependiendo de quién lo pronuncie.

 

Cita a Albert Mehrabian, quien reveló que 7% de una intervención pública son las palabras, 38% la expresión, ritmo y tono de voz y 55% el lenguaje corporal.

 

Sobre el diseño de campañas centradas en la imagen, el experto dice que se ha producido un vacío ideológico que ha provocado campañas muy frívolas y mediatizadas, donde las cuestiones sobre la imagen de los candidatos parecen preocupar más que los verdaderos problemas, todo ello como consecuencia, también, del descrédito que, según las encuestas, sufre la clase política, de la falta de confianza en las instituciones y la corrupción de la que, por cierto, incluso en algunos de los videos de los precandidatos que se analizaron –y sin decir cuál- indica que se observa que, cuando le preguntan, dicen una cosa pero su cuerpo la contraria, pues se sonríe y mira, literalmente, hacia otro lado.

 

Por lo tanto, los expertos recomiendan a los candidatos repetir su mensaje y hacerlo de la forma más convincente posible, porque la gran pirámide de la opinión pública se asienta sobre una masa de gente (en torno al 75% del electorado) que no forma parte de la élite intelectual, cultural o política.