El pasado primero de marzo, cerró sus puertas en Barcelona. España, el Mobile World Congress. Según las crónicas, los más de 60 mil congresistas procedentes de casi todos los países del mundo han dejado en la ciudad más de 300 millones de euros. Un leve toque de optimismo en medio de un panorama en el que la palabra crisis, cual mantra, se repite sea cual sea el tema de que se trata.

 

Todo hace pensar que la telefonía móvil pasará a la historia como el símbolo de estas primeras décadas del siglo XXI, como en otro tiempo lo fue, por ejemplo, el automóvil. En España ya hay más teléfonos celulares funcionando que habitantes.

 

Claro que hoy en día hablar de celulares significa hablar de equipos muy diversos. Tener un celular cuya única funcionalidad es para transmitir mensajes (hablados o escritos) es estar en la prehistoria tecnológica, hay que tener un smartphone, ese híbrido entre computadora y teléfono que nos ofrece multitud de otras funciones y crea adicción, incluso a las diversas marcas. ¿Han asistido a algún apasionado debate entre partidarios del Blackberry y los entusiastas del iPhone de Apple?, es sólo semejante al de partidarios de uno u otro equipo de fútbol.

 

En bien pocos años, no más de una década, el teléfono celular ha pasado de ser un objeto casi snob en manos de muy pocos a convertirse en un objeto considerado ya como indispensable por casi todos. El proceso ha sido rápido, de forma que en menos de diez años el celular ha pasado de ser considerado progresivamente interesante, útil, conveniente, necesario, imprescindible.

 

Sicólogos y sociólogos han analizado este fenómeno desde muy diversas perspectivas. Se ha dicho que se percibe como imprescindible porque representa la extensión del hogar que, a su vez, representa la seguridad, es decir, una forma de contrarrestar la incertidumbre y de llevar consigo las certezas.

 

Lo que sí es cierto es que más allá de las seguridades que puede aportar, esos smartphones ofrecen otras múltiples prestaciones que cabría preguntarse si son realmente necesarias. ¿Cubren necesidades o también las generan? En todo caso, los celulares están cambiando las formas no sólo de relación social, sino también de relación con el medio. ¿Tiene sentido que mis nietos no sean capaces de desplazarse de uno a otro sitio de Barcelona sin consultar previamente su iPhone? Y con la dichosa gratuidad de los Whatsapp, ¿no es disparatado que en la comida del domingo dos de mis nietos, en lugar de conversar, intercambien mensajes con esa escritura abreviada que sólo ellos entienden?

 

Y esto va a más. Aunque no soy una fanática de los cachibaches electrónicos, hice una visita rápida a esta última edición del Mobil World Congress, gracias a una invitación que recibí de una de las empresas expositoras (de no tener invitación o acreditación de prensa, el precio de la entrada, en torno a los 600 euros -10 mil pesos-, era casi prohibitiva). Más que los equipos nuevos, lo que realmente sorprendía era el gran número de nuevas y diversas aplicaciones que se presentaban, unas interesantes y otras casi absurdas.

 

Pasear entre los diversos estands inducía a una cierta sensación de irrealidad. La realidad la encontraron los congresistas al salir del recinto y enfrentarse con una manifestación de universitarios que protestaban por los recortes presupuestarios, que llevan a despedir profesores y eliminar servicios, mientras suben las cuotas de inscripción. Los manifestantes se habían convocado a través de sus teléfonos velulares y los congresistas los fotografiaban con los suyos, de última generación, como si fueran un espectáculo más que les ofrecía la ciudad.

 

 

*Doctora en Ingeniería Industrial por la Universidad Politécnica de Barcelona.