La calle Corregidora de pronto no se torna tan aguda, decenas de luces cual luciérnagas iluminan el mal pavimentando tramo de acceso al Zócalo, los timbres de las bicicletas guían a un punto de encuentro común. Un ejército de monstruos en bicicleta va desfilando alrededor del primer cuadro para llegar al escenario principal y ser testigos del ganador al mejor disfraz, aunque alguno llegue con retraso a tratar de colarse para obtener la tan ansiada bicicleta Tandem que otorga como premio el gobierno capitalino a quien por aplausómetro sea considerado el mejor.

 

Las calles del Centro Histórico fueron cerrándose a la circulación de los autos desde las 7 de la noche, un circuito a recorrer no muy ordenado y por calles poco iluminadas, maltrechas y un tanto sinuosas a sortear. La gente que se concentró en la plancha de la plaza principal dio oportunidad de interactuar con desconocidos que hacían gala con disfraces muy elaborados, sencillos o muy originales; que por alguna razón, quizá por llegar tarde, no compitieron.

 

Toda la gente tomándose fotos con aquel que estuviera al paso, para guardar un recuerdo de una noche festiva en donde brillaba también la oportunidad de romería siempre que se está en el primer cuadro de la ciudad. El recorrido de 6 km del sexto paseo nocturno supo a poco. No había un principio o un fin concreto, la gente podía entrar por Avenida Juárez o por la calle de San Ildefonso, en el clandestino silencio que impera en las calles más cercanas a la Merced o en el ruidoso y constante tránsito cercano a Reforma. Al no tener muy claro los límites del recorrido, la osadía podía llevarte a la sorpresa de la música jarocha en el Monumento a la Revolución o por si tenías antojo de pan de muerto, saciarlo en la calle de cinco de mayo.

 

En el paseo se concentraron jóvenes, adultos y niños, quienes fueron los más entusiastas y no perdían oportunidad de tomarse una foto con los superhéroes más carismáticos y mejor ataviados. Aunque casi todas los participantes llevaban bicicleta propia, los organizadores colocaron unas carpas de préstamo para los incautos que iban desprevenidos y también un módulo de asistencia por si tenías un percance en el trayecto, lo cual era probable de ver las condiciones en las que se encuentran las vialidades del circuito. No dudo que en algún momento alguien se haya ido directo a un bache, quizá por eso una ambulancia se nos cruzó en el camino, aunque desistí de la idea de indagar sobre qué pudo haber pasado.

 

En la plaza del Parque Loreto se proyectaban imágenes de recorridos urbanos de los usos de las bicis, aunque la oscuridad del barrio como que no daba mucha confianza para quedarse a mirar. Ir de regreso por Correo Mayor y salir nuevamente por Corregidora para girar luego por el Zócalo, tomar la calle de 16 de septiembre, Isabel la Católica y esperar en la esquina de Madero a que los viandantes también pudieran seguir su paseo, custodiado por cuatro elementos de Protección Civil que sincronizaban el curso entre las bicis y los peatones.

 

Llegar a Tacuba, la Avenida Hidalgo y terminar en Juárez donde era parada obligatoria ya fuera para ver desfilar a los paseantes, tomar o comer algo o ser testigo de los bailarines electrónicos fuera de la Secretaría de Relaciones Exteriores o del reagge del Hemiciclo a Juárez. El paso de los automovilistas nunca estuvo del todo cerrado, pero se abrió totalmente a las once de la noche, cuando ya era mejor pasear más en el núcleo de Bellas Artes y encontrar algo bueno para cenar, el frió ya calaba y si el disfraz era corto, pequeño o ligero, mermaba el ánimo y la festividad.

 

Conforme avanzaba la noche los disfraces iban perdiendo la lucidez del principio de la velada, los rostros denotaban unos, cierto cansancio y otros, por el contrario, una vivaz mirada como de ánimo y ganas de fiesta. Para cerrar la noche, unos tacos en Isabel la Católica que arrastró a un hada, a Jack el destripador y a una muñeca a devorar lo que quedaba de la noche. El regreso a casa seguro fue difícil para unos, para otros, el quietarse el maquillaje y las ganas de fiesta y no encontrar a alguien perdido que diera cierta confianza, pues ya entrados, en comunión todos éramos monstruos y fantasmas de pedal.