La llamada “veda electoral”, esos tres días en los que, dice el INE, puedes guardarte en tu casa a hacer un ejercicio de reflexión sin que haya ruido propagandístico, tiene un poco de tufo conventual, un mucho de paternalismo y otro mucho de medicamento crecepelo. Me explico.

​Lo conventual es evidente: esa idea de que el ciudadano tiene que guardarse, casi en plan voto de silencio, a dialogar consigo mismo, y si acaso con el Creador, para ver por quién le conviene votar.

El paternalismo va por ahí. “Valoramos mucho tu capacidad de decisión, mijito, pero esto lo hacemos por tu bien: hay afuera muchas ideas malas que pueden corromper esa mente virgen, ingenua, vulnerable. Es nuestra responsabilidad cuidarla”. Parece que los votantes tenemos una edad cuantificable de 18 años o más, y una edad real de cinco.

Lo del medicamento crecepelo tiene justamente que ver con esas ideas malas que andan por ahí. El concepto detrás de la veda es el siguiente. Llevas meses y meses entre, sí, ideas malas. Eso son las campañas calumniosas contra quien sea, las encuestas marrulleras o de plano chocolatas y los llamados a no votar porque de veras, a estas alturas, no vale la pena, estrategias probablemente eficaces en una u otra medida.

Súmenle las ideas tontas y completamente inútiles en términos de conseguir votos, que son la mayoría: esos 52 millones de spots que nunca, ni una vez, han convencido a alguien, esos cartelitos por todos lados y esos espectaculares que Dios mío, más las revistas digitales que no son más que propaganda, más los propagandistas que han logrado insertarse en los medios, más los volantes debajo de la puerta y a la entrada del metro que se convierten en bolsas jumbo de basura, más las camisetas “regaladas” a los más pobres, más…

En fin, que llevamos meses expuestos 24/7 a la sandez electoral, de una forma u otra. ¿Qué nos dice el INE? Que hay una cura milagrosa: tres días de detox y tu cerebro sale a la calle fresco, regenerado, Ortega vez dueño de todas sus capacidades, para votar por las personas más adecuadas.

No es que uno tenga muchas ganas de seguir viendo los spots tontísimos y los carteles con huipiles y pelos engominados, se entiende. La verdad, sin embargo, es que todos, y esto incluye a los medios y a los políticos, deberíamos tener el derecho de decir lo que nos dé la gana, cuando nos dé la gana, en el entendido de que una persona capaz de votar es, por naturaleza, siempre, una persona capaz de discernir. Un ciudadano, que le llaman.

 

     @juliopatan09