Anne Hathaway y Thomasin McKenzie en un fotograma de "Eileen"(2023).
Foto: NEON. Anne Hathaway y Thomasin McKenzie en un fotograma de "Eileen"(2023).  

Thomasin McKenzie y Anne Hathaway protagonizan Mi nombre era Eileen (2023), de William Oldroyd, cinta basada en la exitosa novela homónima de la escritora estadounidense de ascendencia croata-persa Ottessa Moshfegh. Se estrenó en el Festival de Cine de Sundance 2023; sin embargo, arribó a salas de cine hasta diciembre de ese mismo año, luego de que NEON adquiriera los derechos de distribución de la cinta.

Mi nombre era Eileen, por cierto la tercera cinta del director londinense, cuenta la historia de, claro, Eileen (Thomasin McKenzie), una joven veinteañera que tiene un empleo desolador en una prisión ubicada en un pequeño pueblo de Massachusetts, que comparte techo con su padre, un expolicía alcohólico de poca monta que fantasea obsesivamente con cualquier nimiedad que le reprocha no cumplir con los estándares femeninos de la época. 

Como un faro dentro del depresivo espacio que alberga a los adolescentes infames, aparece la Dra. Rebecca St. John (Anne Hathaway), psicóloga solitaria y tremendamente brillante y poco ortodoxa de sus prácticas, que no sólo logra encajar con la rebeldía de la joven Eileen dentro de las pálidas oficinas, sino también fuera, donde la vida, al menos momentáneamente, parece ser otra. 

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Es en el retrato de la cotidianeidad de Eileen, a través de la visión oscura y depresiva de Oldroyd, que comprendemos la intensidad, lo complejo que es el día a día de la joven veinteañera que fantasea igual con los presidiarios que con otra idea con tal de llevarse al éxtasis. Parece Eileen no poder entender todo lo que le pasa, mucho menos lo que no le pasa.

De pronto parece ser que lo hemos entendido todo, que ya sabemos, incluso, qué es lo que pasará después. Hasta que pasa lo inesperado. Se torna todo más digno de una novela de Patricia Highsmith, otrora maestra de los personajes infames. Es un camino a lo inevitable. Un retrato rotundo de esa época estadounidense de la posguerra, en la que las mujeres con puestos de poder resultan no sólo motivo de burla, sino también de sexualización y la cosificación en un ambiente hostil, indigno, hecho por y para los hombres.

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Aunque con fisuras en la narración, resulta un retrato interesante sobre la conexión inefable a la que somete la incertidumbre y la soledad, como ello genera una especie de complicidad. La escritora xalapeña Alaíde Ventura Medina escribió en Entre los rotos que, precisamente, entre los rotos nos reconocemos con facilidad porque somos de la misma especie. Eso parece pasar entre Eileen y Rebecca, acaso hasta lo insospechado. 

Finalmente, la reflexión a que conduce, –y que por supuesto es más sentimiento individual y no situación obligada–, es que nada es lo que parece, que aquello que se le desea al otro es, a veces, un juego peligroso. Que la soledad y la ausencia, esas viejas conocidas, son muchas veces el puente que se tiende para llegar hasta el fondo. Qué sí y qué debería no ser y por qué, de qué sirve. Que la vida funciona a partir de lo ininteligible, otrora desconocido. Que a veces basta con desaparecer.

La cinta, traída a México por Cine Caníbal, puede verse en la mayoría de salas del cine del país. Aquí el tráiler: