Fotograma de Fantastic Fungi (2019).
Foto: Netflix. Fotograma de Fantastic Fungi (2019).  

Dentro del mar inmenso de opciones de podcast que existen en las plataformas de streaming, de pronto se aparecen joyas dentro del lodazal que apuestan por la crónica, la narración, el periodismo de largo aliento, la investigación profunda, contar historias llenas de vida, pues. Y tal es el caso de las producciones de Así como suena. En este caso específico de uno de los episodios más recientes, escrito, narrado y vivido por el periodista Rafael Cabrera, en el que habla acerca de las microdosis (de hongos), donde se pregunta si se trata de una nueva especie de panacea mental.

Luego de la escucha, recordé ese documental del artista visual y cineasta Louie Schwartzberg (Brooklyn, 1950), Fantastic Fungi (2019), una película que explora, a conciencia y con excesiva emoción, el infinito campo de la micología, a través de un viaje al subsuelo, ese espacio debajo de la tierra que alberga con fuerza las redes del reino fungi, mismas que de tan capaces y vitales, sugieren, pueden curar y salvar nuestro planeta.

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De la mano de experiencias reales, la pericia narrativa del director estadounidense y la mirada crítica y profesional de expertos como Paul Stamets, Michael Pollan, Eugenia Bone, Andrew Weil, entre otros, se nos introduce al interminable mundo de posibilidades que trae consigo este reino. Cómo es que, a través de su rarísima belleza, inteligencia y capacidad de solución, los hongos pueden ser una respuesta positiva para cambiar el rumbo de las cosas, de la naturaleza, el ecosistema, la medicina e incluso las terapias psicológicas.

Sobre estas últimas, esa categoría terapéutica, aunque de vastas ramificaciones y aspectos, en la cinta se apuesta por una muchas veces olvidable o en apariencia prescindible: la reconexión y la interconexión, ambas en distintos niveles.

En el podcast del que hacía mención en un principio, el también escritor mexicano parte del desencanto de los antidepresivos y la dependencia suya con algunas sustancias para, como consecuencia, entrar en ese mundo de las microdosis, mismas que expertos dicen que sirven para paliar desde la depresión hasta estados mentales más profundos, como lo es la aceptación de la muerte. Entre el producto de audio y el audiovisual, interconexiones, puntos en común.

Se trata de un mundo (el de las microdosis y el de los hongos, si se me pregunta) en constante exploración. No ha importado demasiado que desde hace décadas el ser humano haya sentido curiosidad para con el consumo de estas sustancias. Lo ha hecho, por supuesto, pero la investigación ha sido más bien escasa. Por lo tanto, como sugieren los testimonios de la cinta y en el podcast, es necesario llevar la exploración de esto con un acompañamiento al lado de un o una terapeuta, una persona experta que sepa mitigar cualquier reacción, cualquier asunto.

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Confieso, finalmente, que tanto la película como el episodio, son, acaso, pretexto, quizá puentes que tomo para tenderlos hacia la curiosidad y, por ende, al aprendizaje, uno más profundo, informado, sin estigmas. Es importante. Y aprovecho para aclarar que todo lo anterior no significa un incentivo, ni invitación ni sugerencia a consumir y probar nada, sino estimular una especie de concientización, masticar la cantidad infame de información, saber sobre los beneficios (o no) respecto a la salud mental. Esto último, sobre todo: la salud mental, tan en boca de todos pero banalizada hasta la médula. Es cuando hay que retomar el rumbo hacia donde sale el sol. Es una oportunidad de reconocerse, entre expresiones artísticas varias, como humano, una vez más, a través de la relación con los hongos y, por ende, con el mundo.

La cinta puede verse en Netflix.