Esa sensación que tenían muchos candidatos del oficialismo de que las elecciones del 2 de junio no eran más que un simple trámite para que se sentaran en la silla se ha comenzado a diluir, porque en muchas plazas se ha cerrado la contienda y ya no la sienten tan segura.

Esto no debería sorprender a nadie, porque así es como funcionan las democracias y así es como México ha gestionado la mayor parte de sus procesos electorales, al menos en lo que va de este siglo.

El más claro ejemplo está en la Ciudad de México en donde el candidato opositor está a la par de la candidata del oficialismo, tanto que el propio jefe de campaña mayor, y presidente de la República, Andrés Manuel López Obrador, aceptó que la ciudad se giró hacia los opositores.

La maravilla de la incertidumbre hace que en los 75 días que faltan para las elecciones los aspirantes se tengan que apurar para convencer a los electores.

Sin embargo, en un proceso electoral con tal nivel de intervencionismo por parte del Gobierno federal y de los gobiernos estatales, el hecho de que redoblen la apuesta para ganar a como dé lugar los comicios inyecta un peligro adicional.

No ha habido en la corta vida democrática contemporánea de México un Presidente que interfiera tanto y de forma tan ilegal como lo hace López Obrador y el modelo lo repiten de forma muy burda en los gobiernos locales como claramente lo hace la administración suplente en la Ciudad de México.

La diferencia entre la intromisión presidencial y la de personajes menores está en el nivel de carisma y aceptación. López Obrador es único e irrepetible y sus huestes le perdonan todas y hasta lo aplauden.

Su poder presupuestal y su todavía alto capital político le bastan para que muchas de las autoridades electorales, impulsadas por él mismo, no se atrevan a molestarle ni con el pétalo de un apercibimiento.

Pero, no es lo mismo un ambiente poco informado, con poco entendimiento político, donde además son rehenes de los programas asistencialistas por los altos niveles de pobreza, como ocurre en muchos lugares del país, que en una ciudad como la de México, donde hay más interés y acceso a la información.

Una sociedad informada es claramente algo que molesta al populismo que se nutre de la ignorancia y la pobreza para subsistir.

Por eso la Ciudad de México es diferente, los intentos burdos de intervención de una autoridad muy menor, sin ningún carisma, puede provocar, de hecho, la reacción contraria al encanto, por ser una sociedad mejor informada.

Por eso el Presidente se queja de las clases medias, por eso desprecia a la gente que se entera y que atiende la información, porque son este tipo de ciudadanos los que se dan cuenta de las circunstancias y piensan mejor su voto.

Un voto razonado tampoco necesariamente es garantía para la oposición, pero hay más atención entre los habitantes de esta ciudad a la viabilidad de las propuestas, a que sean lógicas y realizables.

En la Ciudad de México el encanto carismático ya no alcanza, el desencanto es mucho y más cuando no hay candidatos que impacten con su simple presencia.

 

      @campossuarez