Cuando recién había ganado las elecciones Andrés Manuel López Obrador, su entonces colaborador Alfonso Romo aseguraba que el presidente electo y los empresarios estaban en una luna de miel que Romo auguraba duraría todo el sexenio.

Fue el mismo personaje que por aquellos días había asegurado a los empresarios de México y el mundo que López Obrador respetaría la construcción del Nuevo Aeropuerto Internacional de México en Texcoco (NAIM), que ya tenía un avance del 40% en su construcción.

La historia de lo que realmente ha pasado se cuenta sola con estos seis años que prácticamente han pasado desde que López Obrador asumió el poder, pero sí invita a reflexionar cuando se vuelven a escuchar las mismas promesas de campaña de que en el gobierno habrá moderación y respeto a la iniciativa privada.

Progresismo Moderado decían los propagandistas de López Obrador en la campaña del 2018. Se rodeó de voceros que se disfrazaban de prudentes y se dejó ver con personajes respetables que parecían más cercanos a llevar a cabo políticas de gobierno centradas y congruentes.

Decía The New York Times durante aquellos meses de su tercera campaña presidencial que López Obrador “revelaría si es el Presidente del cambio o el caudillo que muchos mexicanos temen”.

No pasó mucho tiempo después de que López Obrador tomara el poder para que depurara rápidamente su equipo de los personajes moderados para dar paso a los más radicales.

En esta parte final de su mandato López Obrador ya perdió toda intención de parecer moderado. De hecho, nunca existió aquella luna de miel, porque desde un primer momento, incluso antes de tomar el poder, dio el golpe de destruir el proyecto del NAIM.

Solo que, en esta, la parte final de su tiempo constitucional como presidente, López Obrador parece más bien ocupado en la preparación de un segundo mandato más radical y sin tapujos.

La lista de supuestas iniciativas de cambio constitucional que va a presentar en menos de dos semanas suena más a un programa de gobierno de quien tiene planes de quedarse a mandar al país.

Ya no hay intentos de conciliar con las fuerzas económicas del país, no hay ninguna intención del Presidente de mostrar que permitiría a su propia abanderada tener criterios y pensamiento propios, mucho menos deja ver la posibilidad de aceptar una derrota electoral.

El López Obrador del 2006 que mandó al diablo a las instituciones era más sincero que el AMLO candidato del 2018 que se pretendió mostrar como moderado solo para terminar su sexenio con iniciativas que básicamente buscan mandar al diablo a las instituciones.

Hoy en la candidatura oficialista están de vuelta las promesas de moderación, de trabajar de la mano con los empresarios, de impulsar políticas congruentes y hasta respetuosas del medio ambiente.

Pero lo que hay, lo que prevalece es una descarada campaña presidencial de quien busca no soltar el poder con una agenda de cambios constitucionales que son un paso más radical en los intentos de desmantelar al México estructural para concentrar el poder en una sola persona que lo decida todo.

No sé si alguien más sea capaz de ver algo diferente a una continuidad radicalizada de quien finalmente decidió quitarse la piel de oveja.

 

     @campossuarez