Ya ha pasado suficiente tiempo de este régimen como para tener claridad que el presidente Andrés Manuel López Obrador funciona por ocurrencias y también sabemos que le queda tan poco tiempo de su mandato constitucional que lo que hace con sus repentinas iniciativas es una participación abierta e ilegal en las campañas electorales.

La composición del árbitro y el juez electoral adelantan que no pasará nada, lo que sí sucede es comprobar que estamos ante una evidente campaña de reelección en la que el Presidente simplemente usa otro rostro para postularse.

López Obrador eligió personalmente a su candidata presidencial que en 145 días será votada en las urnas, con la esperanza de que en 265 días sea ella quien le releve en la presidencia de México.

Cuando vemos que con tan poco tiempo restante en el poder López Obrador improvisa en el templete iniciativas de cambios constitucionales de la envergadura del sistema de pensiones no se puede ver otra cosa que un exabrupto discursivo al calor de las campañas.

Solo que a diferencia de las primeras tres campañas en las que el propio López Obrador participó como candidato presidencial, en esta que es de facto su cuarta campaña presidencial tiene dos cosas con las que no contaba en sus incursiones electorales previas: poder e impunidad.

Tiene el poder presidencial para amanecer un día con la idea de crear una enorme bodega de medicinas, tiene al ejército que se la construye y tiene esa posibilidad del presidencialismo mexicano, exacerbado con el estilo autoritario del actual mandatario, de no tener que rendir cuentas a nadie por esas ocurrencias.

Llegó al poder, quiso cancelar un aeropuerto en construcción funcional para edificar uno inútil y lo hizo, quiso un tren en la selva y se le construyó. Quiso hacer una contrarreforma educativa y se la aprobaron, pretendió una contrarreforma energética y con chicanas legales “su” ministro Zaldívar se la entregó.

Ese ha sido su mandato, pero con apenas ocho meses más en la presidencia, lanzar iniciativas de cambio constitucional, como poner y quitar ministros al estilo de sus consultas populares o destruir un sistema de pensiones que su propio gobierno ya había modificado, no son otra cosa que actos de campaña.

Saben muy bien en la casa presidencial que esas palabras no parten de un análisis sino de una ocurrencia que tienen pocas posibilidades de aprobarse. Y si se aprueban, tienen todas las posibilidades de fracasar.

Pero ese no es el punto, lo que busca López Obrador es aderezar su cuarta campaña presidencial, esta que ahora hace sin el más mínimo respeto a las leyes ni a su propia candidata, con promesas que le gustan a su clientela electoral.

Habla como opositor, se queja de los excesos del poder, condena las decisiones de gobierno, cinco años después todo es culpa del pasado. Y esto lo logra porque, desafortunadamente, muchos de sus seguidores son feligreses no electores informados.

Si en México fuera legal la reelección seguro que así se vería la campaña de un Presidente en busca de la permanencia. Pero en este país no existe esa posibilidad de mandato extendido.

Lo que vemos, con la ausencia total de un árbitro y un juez electoral imparciales, es una cuarta campaña presidencial de López Obrador.

 

      @campossuarez