En alguna Mañanera de tantas, el presidente Andrés Manuel López Obrador estuvo a punto de decir que el candidato que habían elegido “desde la cúpula del conservadurismo” era Santiago Creel Miranda.

Juraba a sus fieles que él tenía la información, pero se la guardó poco más de una semana, porque en esos días irrumpió Xóchitl Gálvez, quien despegó sin competencia hasta la cima de la eventual candidatura de oposición.

Y cuando ya fue obvio que Xóchitl tendría esa posición, López Obrador aseguró que él ya lo sabía. Su feligresía se lo festejó, el resto lo tomó como una alegoría más del régimen.

Lo que sí estaba perfectamente claro desde el principio es que la candidata para extender su influencia en el siguiente sexenio era, desde hace años, Claudia Sheinbaum.

Bajo las reglas del viejo régimen priista, que se ha reeditado en estos tiempos, el Presidente tenía derecho a señalar a su sucesor sin reclamos de nadie y más un presidente tan poderoso y popular.

El problema es que el régimen decidió jugar a la democracia para que ocurriera lo que todo el mundo sabía, que Sheinbaum fuera su eventual candidata presidencial.

El montaje resultaba caro, pero eso nunca ha sido un problema en este sexenio. Lo que no creyeron es que fuera riesgoso para la estabilidad interna y para la credibilidad del régimen.

Marcelo Ebrard, cuya mejor presentación es la cercanía que tuvo con López Obrador durante años, dijo algo este fin de semana a lo que hay que ponerle atención, aunque aparente ser un asunto interno de Morena.

Ebrard dijo: “sabemos que tenían los resultados de la encuesta antes hasta del conteo”. El problema no es la decisión presidencial, es la trampa para presentarla.

Porque una cosa es la preferencia del tlatoani bajo las reglas del viejo régimen y otra es fingir una competencia, engañar a militantes y por lo visto a participantes, y torcer los resultados a favor de alguien.

Marcelo Ebrard está desinflado y si opta por una candidatura con el partido del amigo del Presidente hará un servicio al régimen. Pero la revelación de fraude para obtener el resultado que quería el Presidente enciende focos de alerta rumbo al proceso federal electoral del 2024.

De entrada, el primer cuestionamiento es a las encuestadoras que está claro que muchas se han prestado a hacer un trabajo partidista y no estadístico. Ya es difícil creerles.

Pero, el verdadero problema es que, si el régimen decidió pasar por encima de su propia militancia, no habrá empacho en asumir como un daño colateral a los opositores en el afán de conservar el poder al costo que sea.

Las consecuencias financieras, económicas, comerciales, de vínculos internacionales y demás, porque a México lo califiquen como un país antidemocrático donde se sabían los resultados electorales aun antes de las votaciones, pueden ser devastadoras.

Hoy un muy destacado ex integrante del gabinete del presidente López Obrador acusa de tramposo a su partido político y de torcer un proceso de selección, que costó muchos millones de pesos, para que se diera un resultado previamente establecido.

No puede pasar como una ocurrencia más, porque hacer lo mismo en las elecciones del 2024 le saldría muy caro al país.