Durante el desarrollo de la novena edición de la Copa Mundial Femenina de Fútbol 2023 Australia/Nueva Zelanda, y siendo la primera ocasión que participan 32 selecciones, en los espacios ocupados por la opinión pública, se sigue hablando de la brecha salarial que separa las inversiones millonarias que se le dan al fútbol varonil y las apenas comparables cifras –que recién progresan– dentro de la categoría femenil.
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Como en otras disciplinas, la inequidad y la falta de perspectiva de género siguen siendo los problemas que priman y obstruyen el desarrollo igualitario en cuanto a salarios se refiere dentro del ámbito futbolístico. Para darnos una idea, en el año 2019, mientras Lionel Messi recibía 130 millones de euros al año, Ada Hegerberg, quien la FIFA tenía calificada como la mejor jugadora del mundo, apenas recibía 400,000 euros al año.
En la reciente edición de la Copa Mundial Femenina, observamos que, según el informe realizado por la FIFA, lo que se destinó para la Copa Mundial de Catar 2022 es cuatro veces mayor que lo que se destinó para la Copa Mundial de Australia/Nueva Zelanda 2023; es decir, 440 millones de dólares frente a 110 millones de dólares, respectivamente. Esta brecha es también perceptible cuando observamos el premio que se le otorga al equipo ganador: 42 millones de dólares para los hombres; 10,5 millones para las mujeres.
Frente a esto, Gianni Infantino, el presidente de la FIFA, informó que uno de sus principales objetivos será equiparar los premios para los próximos mundiales: masculino 2026 y femenino 2027. Para ello, el primer salto dado fue aumentar de 30 a 110 millones de dólares de la Copa Mundial de Francia a la de Australia/Nueva Zelanda, respectivamente.
Todos estos apuntes previos evidencian lo que sucede a nivel de selecciones. Sin embargo, podemos observar una brecha más marcada si nos asomamos a la información que se ha obtenido a niveles de ligas, por países e incluso a nivel continental. Tan sólo por poner un dato sobre la mesa para interesar a quienes aquí leen: en Argentina, el fútbol en su categoría femenil es considerado semiprofesional (sic) desde 2019, es decir, no todas las jugadoras tienen contrato profesional. O el caso particular de las futbolistas mexicanas, que perciben un ingreso 150 veces menor que el de los futbolistas varones. Alarmante es decir poco.
Nos encontramos frente a un ápice de un todo que muestra en completitud una desigualdad que no se detiene, en la que, apenas, con pinzas, se está promoviendo un cambio. Ya no es preguntarse si existe una brecha salarial –que la hay–, sino implementar estrategias funcionales y dejar de mirar el fútbol femenil, Copa del Mundo incluida, como una opción ante la ausencia de la categoría varonil, porque la fortaleza de las futbolistas es tan mayúscula y significativa como la de los otros. Es cuando.