Llovía fuerte el martes en la Ciudad de México. Fue una de esas lluvias que a pesar de no ser torrenciales si fue suficiente para causar problemas en las calles que tienen infraestructura envejecida, descuidada y una sociedad que le pone poca atención a hacer lo que le toca en su mantenimiento.

En medio de esa lluvia vespertina, los autos avanzaban con dificultad en el Periférico, una de las vías principales de esta ciudad, hasta que el nivel del agua en un bajo puente hizo imposible continuar.

Un encharcamiento, le llamaron más tarde las autoridades, como sea, el agua subió rápidamente, fueron apenas unos minutos de lluvia intensa, pero todo se paralizó durante varias horas.

Hubo afectados directos, los peatones se empaparon buscando un transporte público, otros tuvieron que salir de sus vehículos porque el agua los inundó y algunos más afortunados sólo esperaron a que el agua no subiera lo suficiente para dañarlos también.

Paró la lluvia, pero el agua que había subido tan rápidamente tardó horas en bajar y cuando finalmente se redujo el nivel de la inundación lo suficiente para seguir con la marcha lo que quedaba era lodo, una suciedad que ahí quedaría impregnada en las paredes del paso a desnivel por largo tiempo como recordatorio, no de la lluvia sino de las coladeras tapadas e insuficientes.

A este país le ha llovido y fuerte durante muchas décadas, resulta inevitable que, a la economía, a la sociedad, a la vida política le caigan tormentas. El punto es si ante esa caída de agua, buscamos desazolvar las coladeras o las tapamos con más basura que nos garantice una inundación.

Hoy, lo queramos ver o no, nos estamos inundando rápidamente y quizá muchos se sienten a salvo porque ven que los afectados son otros y creemos que estamos a salvo. Pero no.

La economía mexicana no está tan sana como parece. El nivel de la deuda crece ante esa lluvia de requerimientos de gasto asistencialista que se multiplica con fines electorales. Si las finanzas públicas se descomponen lo suficiente, México va a perder el grado de inversión y eso va a provocar sequía de inversiones.

Los flujos de ingresos tributarios bajan porque el torrente de la inversión y la actividad económica no ha tenido la presión suficiente para hacer flotar al Producto Interno Bruto a niveles positivos de crecimiento durante este sexenio.

La creación de infraestructura, que debería ser una represa que permita a la economía tener una base de crecimiento, se ha convertido en una fuga de recursos presupuestales. El aeropuerto Felipe Ángeles sobrevive por los subsidios, el Tren Maya vivirá también del flujo de los recursos públicos y la refinería de Tabasco ha secado toda estimación de costos y tiempo de construcción.

Nos estamos inundando en la creciente inseguridad y en un descontento social cada vez más manifiesto en las calles. Y aunque los veamos como meros encharcamientos en ciertas zonas del país, la realidad es que el nivel sube rápido y nos puede alcanzar.

Cuando la inundación en Periférico bajó lo hizo lentamente porque dejó de llover, el nivel del agua tardó mucho en bajar, algunos perdieron sus coches, otros su tiempo, pero todos tuvieron afectaciones.

 

   @campossuarez