La diferencia entre Luiz Inácio Lula da Silva y Andrés Manuel López Obrador es que el Presidente de Brasil sí está presente, se abre camino en los escenarios internacionales, quiere ser un líder mundial. Mientras que el mandatario mexicano está totalmente encerrado en Palacio y desaparecido en el mundo.

En lo que sí se parecen es en el hecho de que ambos como candidatos prometieron moderación y decisiones sensatas, pero ya en el poder se radicalizaron.

Evidentemente Lula tiene mucha más experiencia en el poder, porque está en su tercer mandato como Presidente. En México, hoy más que nunca, debemos repetir hasta el cansancio esa frase que resume nuestra historia y una lucha armada que dio como resultado aquello de “Sufragio efectivo, no reelección”.

En este tercer mandato el Presidente brasileño se ha fijado la meta de ser el líder regional, posición que está vacante. Y lo hace desde una posición más radical de lo que solía ser.

En algún momento, muchos países de América Latina quisieron ver en la persona de Andrés Manuel López Obrador un nuevo líder de la región. A la distancia, lo veían como un líder carismático capaz de cubrir cualquier defecto, falla u omisión de su gobierno y, además, como presidente de uno de los países más ricos e influyentes de la región.

Pero no, el Presidente mexicano tiene una evidente fobia a cualquier escenario que escape a su control. No le gusta del trato entre pares, la sumisión es condición indispensable para que despliegue su magia como líder social y ni América Latina, ni el resto del mundo, le ofrecen ese confort.

En esta vida pendular de los regímenes políticos de América Latina, las derechas están, por ahora, borradas del mapa electoral. Sin embargo, en su lugar no solo se ha ubicado lo que suele llamarse izquierda. El espectro político vigente hoy en Latinoamérica va de la socialdemocracia, a los populismos y hasta las dictaduras.

Lula quiere liderar a los países latinoamericanos, pero lo quiere hacer desde una postura totalmente radicalizada, que debería encender los focos de alerta de los brasileños que no querrán abandonar las prácticas democráticas.

Lula respalda a Rusia tras su invasión a Ucrania, Lula abre las puertas a China ante una eventual guerra comercial con Estados Unidos, Lula arropa a dictadores tan impresentables como el venezolano Nicolás Maduro.

Ese Lula es el que quiere una moneda única latinoamericana y un mercado energético común. Pero en esa ecuación no entran los países de izquierda que respetan la democracia.

Ahí no hay espacio para Chile o para Uruguay, tanto Gabriel Boric como Luis Lacalle Pou tienen claros los límites que los separan de las dictaduras. Pero también los gobiernos de Argentina y Colombia podrían marcar su distancia de esos radicalismos.

No hay duda de qué lado juega el régimen mexicano, con esa evidente simpatía con los gobiernos totalitarios de la región. Lo que sucede es que todos los movimientos que hace López Obrador de cercanía con los dictadores latinoamericanos tienen que darse solamente dentro de su pecera. Ese claro pánico escénico le impide disputarle al Presidente brasileño la bandera que ahora asume.

 

    @campossuarez