Veo a varios colegas desesperados porque se termina el sexenio y la revolución de las conciencias que nos bendice desde Palacio Nacional no terminó de hacerles justicia, de modo que se lanzan a la desesperada, a matar o morir (hablo de su reputación) con piropos a cuanto (a) góber, secretario (a) de Estado o candidata (o). Los entiendo. Leía ayer los resultados de la investigación de Latinus, y me dije: “Quisiera ser López”. Bueno, o no López, no aspiro a tanto, pero al menos parte del clan López. Un poco López, vaya.

Me lo imagino y se me humedecen los ojos. Domingo. Llegas a Palacio y ahí están todos, alrededor de la mesa: que el Jesús Ernesto de regreso del mundo occidental, que mi bodoque, que mi Andy, con la Locomotora de la Cuarta Transformación, el patriarca, claro, en la cabecera. Te sientes apapachado, abrazado por esa tribu impregnada de amor. Vaya: que podría estar ahí, digamos, Sarita García, símbolo eterno de la familia mexicana, que está llena de cariño y valores, no como los gringos, y por eso nos salva del fentanilo. “Sírvete más puchero, doctor Patán”, dice alguien. “¿No quieres más agüita de jamaica?”. “¿Sólo te vas a comer cuatro gorditas? Estás muy desmejorado”. Te sientes parte; perteneces. Piensas: “He encontrado una segunda familia”. Además, estás orgulloso. Es increíble lo que han conseguido esos muchachos. En un pestañeo, pasaron de producir unos humildes chocolates y una chela artesanal a darles contratos millonarios a sus compas. “Esto es aspiracionismo con vocación social”, reflexionas, y justo entonces viene el regalo de tu vida. “Doctor, esta comida es para hacerte una propuesta. Creemos que te has entregado en cuerpo y alma a la Cuarta Transformación. Que has demostrado sobradamente que amas al pueblo. Eso merece una recompensa. Vamos a construir veinte campos de macaneo en los terrenos de Texcoco. Cuenta con una adjudicación directa. Son 350 millones”.

Tartamudeas: la emoción te impide dar las gracias como es debido. Pero saben que eres feliz y que estás agradecido. Así funcionan las familias verdaderas: con la belleza de los entendidos, de los silencios que lo dicen todo. Mientras la Locomotora te acerca un platón de picadillo, piensas si en adelante deberías dejar atrás tu vocación médica para rubricar tus columnas como “ingeniero Patán” y te dices que es imposible ser más feliz, llega la última alegría de la jornada: “Les tengo una sorpresa: no pudo llegar a la comida, pero ¡Solalinde nos va a acompañar con el café de olla!”.

 

  @juliopatan09