Una de las tantas líneas que marcó la iniciativa de reforma electoral del presidente Andrés Manuel López Obrador fue con muchos personajes y grupos de la izquierda mexicana, aquellos que no sucumbieron ante el puesto y el presupuesto, que hoy han marcado una clara línea divisoria con la autollamada Cuarta Transformación.

Si la militarización del país fue mucho para la conciencia de esos personajes progresistas, la intentona antidemocrática de quedarse con las elecciones, su organización y sus resultados, fue mucho para aquellos que todavía tenían hasta hace poco la esperanza de no haber sido engañados por quien los encabezó durante varias décadas.

La división de López Obrador con sus opositores ahí está, no cambia. Lo que ha provocado es un cráter de distancia con muchos de sus seguidores, que hoy se suman a los movimientos de contención de sus políticas públicas y se preocupan por el rumbo que debe seguir la sucesión presidencial.

Para los opositores del Presidente, los temas de preocupación son los de siempre, economía, seguridad, Estado de Derecho, confrontación social. Para muchos grupos de la izquierda la militarización y la defensa de la democracia son líneas rojas que no aceptan que las rebase el régimen.

Quizá se ha perdido de vista la manera como las llamadas corcholatas del Presidente, esos personajes designados por el propio López Obrador como sus posibles sucesores, han tomado partido en estos temas.

Nadie cree que será una encuesta la que defina el nombre del candidato de López Obrador para las elecciones presidenciales del 2024, esas que todos deseamos que se lleven a cabo conforme lo marca la Constitución.

Lo que va quedando claro es que la baraja que tendrá el Presidente para elegir ya no es homogénea y que su decisión marcará un rumbo para el país.

Claudia Sheinbaum se ha convertido en una caja de resonancia. Renunció a sus ideas propias para repetir tal cual lo que dice López Obrador, como la más reciente y lamentable descalificación a los que participaron en la marcha del fin de semana, que por cierto la jefa de Gobierno vio desde la distancia y no desde el puesto de mando de quien gobierna la ciudad.

Adán Augusto López dio un giro más espectacular de ser un secretario de Gobernación que llegó a tender puentes con la oposición, como debe ser, a dinamitar cualquier acercamiento y convertirse en un pendenciero de las causas electorales de López Obrador.

Y ya ubicado en otro extremo está el canciller Marcelo Ebrard, quien ha jugado el papel de estadista, quien busca ser la cara negociadora de México ante el mundo y especialmente ante Estados Unidos.

Hace lo que puede en la reunión del G20 ante un Presidente omiso de sus obligaciones internacionales y no se sube al tren de las descalificaciones de los opositores por su defensa a las instituciones democráticas.

Y Ricardo Monreal, bueno, pues clama autonomía de la voluntad presidencial pero se encarga de operar todas las instrucciones que López Obrador le da al Poder Legislativo en el Senado.

Esta radicalización del Presidente con los temas militares y democráticos han generado una división interna, entre las izquierdas y el estilo de sus corcholatas, que tarde o temprano obligarán a López Obrador a definir qué camino quiere recorrer. Como sea, él adelantó los tiempos electorales.

 

     @campossuarez