encuadernación
Foto: Gabriela Esquivel / A sus 25 años, Salvador Medina pertenece a la cuarta generación de maestros encuadernadores de su familia  

Escondido en un pequeño local de la colonia Roma, existe un taller de encuadernación que sobrevive al paso del tiempo y de la tecnología; y es que a este lugar acuden quienes buscan darle nueva vida a sus libros, en lugar de reemplazarlos.

En el número 19 de la calle Mérida, anunciado con un sencillo toldo que dice “Encuadernación Imprenta”, se esconde el taller de Salvador Medina, quien a sus 25 años pertenece a la cuarta generación de su familia en dedicarse a este oficio.

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“Viene todo desde mi abuelo, él empezó en 1967, cuando abrió su primer taller de encuadernación y todo viene de ahí; y él a su vez aprendió de su tío, es una tradición familiar”, narra entusiasmado.

A Salvador, el oficio se lo enseñó de primera mano su madre, Angélica Ortega, y su padre, Marco Antonio Medina, quienes lo aprendieron del abuelo.

Pese a estar en plena Era Digital, con el auge de los libros electrónicos, Salvador mantiene una clientela fija, quienes lo buscan para restaurar libros a los que les han tomado cariño, por su valor sentimental o antigüedad.

Y es que pudiendo adquirir las mismas obras nuevas, prefieren conservar en buen estado las páginas amarillentas, protegiéndola con lomos de cuero, tela, curpiel, papel, keratoles y pieles, entre otros materiales.

En las paredes del taller, cuelgan herramientas inherentes al oficio y que recuerdan a las utilizadas en la peletería, pues aquí se maneja el cuero con frecuencia.

Por doquier se ven plegaderas, tijeras, cuchillos y navajas, para las tareas sencillas; pero también luce la prensa, la guillotina y las carretillas de bronce utilizadas para hacer los grabados.

Sin embargo, Salvador detalla que la principal herramienta son las manos de los artesanos.

“Con mi abuelo hacíamos los libros uno por uno, y aunque sean los mismos ejemplares, todos tienen algo diferente, el grabado a mano, por ejemplo; nuestra herramienta más grande son las manos, no hay que acostumbrarse a las máquinas”, indicó Salvador, al recordar con orgullo lo que le decían de niño.

Por el taller han pasado libros con cientos de años de existencia y cada uno requiere un tratamiento de restauración a su modo; no hay una fórmula exacta, el libro llega, lo reciben, constatan el estado en que se encuentra, la antigüedad, los materiales de los que está hecho y, una vez considerado todo eso, el proceso de restauración puede comenzar.

Salvador rememoró una ocasión especial, en la que un obispo le llevó un libro del año 1570, el más antiguo que le ha llegado, y monseñor le indicó que sólo quería que le hiciera un lomo y que todo lo demás lo dejara intacto, incluyendo el moho en las páginas.

“Poder darle vida nuevamente a los ejemplares que vienen caminando desde hace cien, doscientos o quinientos años […] Yo tengo 25 años y un libro que tiene 500 años, que se hizo con otros métodos y en otras circunstancias, me llena poder ser parte de la historia de ese libro, el poder ayudar a darle otros 500 años de vida”, concluyó el joven restaurador.

 

LEG