El miedo infundado todo lo mata

Alex Rovira

Quién no ha escuchado un “no tengas miedo” alguna vez en su vida; quizá muchas, de hecho. Esta frase, que parece de aliento, es en realidad un poderoso mensaje de negación del sentimiento. En general, quien no tolera sus propias emociones no tolera las ajenas. De parte de aquella o aquel que huye de sí mismo solo oiremos un “no te sientas así”.

Ciertamente, una de las emociones más difíciles de manejar es el miedo. Es profundamente perturbador, pues invade toda nuestra psique y nuestro cuerpo. Nos pone, literalmente, ante una percepción de vida o muerte.

Toda emoción que nos produzca malestar se vuelve casi inmanejable cuando proviene del miedo. La única forma que tenemos para enfrentarla es respirar profundo y relajarnos, todo el tiempo que sea necesario, para tomar distancia, si no nos encontramos, claro, ante un peligro real e inminente.

Ante el miedo no existe la insensibilidad, se niega o se asume. La segunda opción es, por supuesto, la correcta, y se vuelve muy aceptable cuando entendemos que el problema no es lo que sentimos, sino el pensamiento que lo provocó.

El miedo es una reacción lógica y sana al peligro, real o imaginario. Aquí es donde está el problema, pues el cerebro no distingue entre uno y otro. El estímulo es el mismo.

Nos alteramos igual por el peligro que instintivamente captamos cuando alguien se nos aproxima con malas intenciones mientras caminamos por una calle, que por una imagen sobre la misma escena creada por nosotros mismos cómodamente instalados en nuestro sillón favorito. Con este ejemplo, queda claro, además, que la mayoría de nuestros miedos son de la segunda clase.

El problema está, entonces, en el pensamiento que estimula el miedo, proveniente de una visión distorsionada de la realidad que ve lo que no existe o exagera lo que hay; y que es, hay que decirlo, la que predomina en casi todos.

Fuimos educados para defendernos de la vida y de la gente; no para entender la dinámica de la primera ni los problemas que explican la conducta de la segunda. Con la psique guiada por este “chip” es evidente que el miedo imaginario, es decir, infundado, será la motivación constante de nuestras decisiones y acciones; sobre todo porque no lo abordamos, los enterramos en el subconsciente, por la vergüenza de sentirlo que nos han inducido.

Así que solo a veces sabemos que tenemos miedo. En la mayoría de las ocasiones ni siquiera entendemos qué estamos sintiendo. Y es entonces cuando nos quedamos atrapados en la dinámica del temor infundado, que se magnifica aceleradamente hasta paralizarnos, e incluso volverse pánico, conforme atrae, como un imán, más evaluaciones incorrectas y exageradas de la realidad.

Este es el mecanismo: una percepción distorsionada, que puede provenir de una experiencia personal o de la programación que recibimos en la infancia, atrae un miedo; éste produce más distorsión si no lo desenmascaramos a tiempo, y ésta, a su vez, ocasiona aún más miedo, el cual generará una nueva atrofia en la evaluación de la realidad, y así sucesivamente.

Lo peor es que estamos tan acostumbrados a este proceso que ya somos casi inmunes, hasta que la ansiedad y el estrés que produce se vuelven inmanejables. Entonces el cuerpo colapsa, exigiéndonos que hagamos un alto para revisar la psique, plagada de miedos.

Los más comunes son a “no poder”, a “quedar mal”, a desmerecer aprecio y respeto, a perder lo que tenemos o renunciar a lo que hacemos, a no tener o hacer lo que queremos.

Luego están los miedos más profundos y complejos; a la soledad, el desamor, la humillación, la traición, el abandono, que provienen de heridas que ya tuvimos en nuestra infancia, y que abrimos una y otra vez para resolver la situación que las produjo y dejar de tenerles miedo.

El miedo infundado es la más poderosa creación del ser humano.

@F_DeLasFuentes

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