Francisco Diez Marina Palacios

Este domingo fuimos testigos de una auténtica jornada electoral. El INE, desde su consejero presidente pasando por sus autoridades hasta los funcionarios de casilla, estuvo a la altura de las circunstancias y cumplió con su rol arbitral durante el proceso, pese a los ataques deliberados que recibió.

Los ciudadanos, desde temprano, se dieron cita en las urnas y refrendaron su compromiso con México, en un ánimo de festividad. En comparación con las elecciones intermedias anteriores, en ésta se registró un nivel elevado de participación, por encima de 50%, aun en el contexto de la pandemia. 

Asimismo, a diferencia de otras ocasiones, se respiró un ambiente cívico. Se reportaron escasos incidentes y disturbios, aunque previamente se registraron eventos violentos como los asesinatos de decenas de candidatos. Seamos claros: esto no supone que nuestra democracia esté plenamente acabada, sino que es una señal de su vitalidad en un momento crítico y decisivo para la vida pública.

Hubo resultados fuera de todo pronóstico. Las encuestadoras realizaron una labor más propagandística que informativa y, en este sentido, cabe reconocer que los cálculos sobrestimaron el empuje de determinados partidos políticos.

Por otro lado, el aferramiento y la cerrazón nuevamente salieron a flote cuando los actores políticos comenzaron a autoproclamarse —irresponsablemente— triunfadores legítimos. Esto nos habla de un componente de inmadurez política que habrá de corregirse previo a los siguientes comicios; cuando los partidos sean capaces de reconocer sus propias derrotas, sólo entonces habremos dado un paso relevante en favor de la democracia mexicana. Es un asunto de respeto a la ciudadanía. De ninguna manera resulta conveniente la tensión ni la polarización.

Así pues, será interesante la revisión de una reforma electoral de cara a 2024 y la configuración de un modelo más avanzado. 

Hay varios escenarios importantes, algunos de ellos inesperados. Primeramente, el partido en el Gobierno no consiguió la mayoría calificada en la Cámara de Diputados; desde 1997 se ha venido reflejando una tendencia a la pérdida de curules en las elecciones a mitad del sexenio. Pasará de tener 253 a entre 190 y 203 legisladores, de acuerdo con información oficial. Por lo cual se verá obligado a negociar activamente con sus aliados —y otras fuerzas políticas— si pretende reformar la Constitución.

Otro de los hechos a subrayar fue la organización, la estructura y el trabajo contundente de la coalición Vamos X México —particularmente del PAN—, al menos en lo que respecta a la CDMX y sus 16 alcaldías. Todo apunta que Benito Juárez (con un amplísimo margen de diferencia), Miguel Hidalgo, Magdalena Contreras, Cuajimalpa, Álvaro Obregón, Cuauhtémoc, Tlalpan, Coyoacán y Azcapotzalco cambiarán o, en dado caso, mantendrán sus colores. Esto marcará un punto de inflexión en 2024. Ahora bien, en el congreso capitalino Morena mantendrá la mayor parte de las diputaciones.

En los estados todavía no se tiene certeza absoluta de cuáles son los punteros. Habrá partidos que posiblemente perderán su registro, debido a que no alcanzaron el porcentaje mínimo de 3% de votos en la elección. Por otra parte, el PVEM —partido bisagra— salió aventajado al incrementar su número de diputados de 11 a 44.

México y su gente, una vez más, confirman su espíritu democrático en un clima de pluralismo, donde los contrapesos y equilibrios cobran un valor crucial. Ahora, la alternancia en el poder ya forma parte de nuestro sistema; indudablemente uno de los retos más grandes radicará en construir una verdadera oposición.

Estas elecciones nos dejaron una lección que habremos de reflexionar en los próximos años: la unidad es un ingrediente esencial para construir un mejor país. El panorama pareciera alentador y optimista, pero no podemos darnos el lujo de aflojar la marcha. ¡Cerremos filas por México!

¿O será otra de las cosas que no hacemos?

Consultor y profesor universitario

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