Dr. Héctor Zagal

Dr. Héctor Zagal

Profesor investigador de la Facultad de Filosofía de la Universidad Panamericana

Uno de los grandes motores de la historia ha sido ampliar los horizontes de comunicación. La búsqueda de mejores rutas comerciales propició la relación entre Europa y el Nuevo Mundo. Los faraones desarrollaron un sistema de mensajería para comunicar sus decretos a cada uno de los pueblos de su imperio. La imprenta permitió multiplicar las copias de una sola obra. Moctezuma podía comer pescado fresco cada día gracias a su refinado sistema de paquetería que unía a Tenochtitlán con las costas. El sistema de correos y sellos postales facilitó la comunicación entre particulares. Hoy podemos enviar documentos urgentes vía correo electrónico. La espera, ese invaluable tesoro, se ha ido acortando. Nuestra interacción es inmediata.

Vivimos en un estado de conectividad. Sin embargo, creo que estos últimos meses hemos estado hiperconectados; Whatsapp, llamadas, correos electrónicos, videoconferencias, intercambio de ‘likes’ y comentarios en redes sociales. Y no olvidemos las revistas y periódicos, ya sea físicos o virtuales; ni a la radio y la televisión. Quedarnos en casa y la sana distancia nos ha llevado a recurrir como nunca a los medios de comunicación. No bastan las ventanas en casa; ahora mantenemos siempre abiertas la ventana de nuestra computadora, del celular, de la televisión. Roto el lazo presencial con el mundo, nos hemos adaptado a la experiencia virtual de la vida. Espero con optimismo, como muchos, que pronto podamos volver a recorrer las calles y visitar a nuestros familiares y amigos sin miedo. Mientras tanto, hay que cuidarnos entre todos.

No sólo tenemos medios incansables para enterarnos sobre qué ocurre en nuestra ciudad, en el país, en el mundo, sino una sed inclemente por novedades. Siempre queremos enterarnos de los acontecimientos del mundo, pero creo que la pandemia ha incrementado nuestro deseo por saber. No es que todos queramos volvernos virólogos o inmunólogos de un día para otro, sino que queremos saber cómo va la vida fuera de casa y cuándo dejará de atormentarnos este virus. Sin embargo, las noticias a lo largo de estos meses nos han sumido en una incertidumbre más profunda. Muchas veces hemos optado por mejor alejarnos del celular, apagar el televisor o el radio. Pero la información sigue ahí, actualizándose y acumulándose.

Esta hiperconexión es agotadora. Aunque nos llovieran buenas noticias, llega un momento en el que la acumulación de notas y opiniones termina por enfadarnos. No podemos controlar lo que está pasando, ni la cantidad de información que se escribe sobre ello, pero podemos controlar nuestra recepción de noticias. Creo que nuestra rutina tendría que incluir un momento especial para informarnos sobre los eventos más importantes del día, pero después enfocarnos en otros asuntos. Un término medio para no saturarnos, pero para no desconectarnos del todo.

A veces me pregunto cómo habríamos vivido esta pandemia sin los medios de comunicación actuales. Hoy podemos seguir segundo a segundo los informes oficiales. Antes, si no habíamos estado presentes en el acto, tendríamos que enterarnos en los periódicos del día siguiente. Y si no vivíamos en la ciudad, entonces tendríamos que enterarnos por boca de otros de las noticias de la metrópoli. Una carta escrita habría sido el medio predilecto para mantenernos informados del acontecer cotidiano de nuestros seres queridos. ¿Se imaginan? El 2020 lo recibimos con la noticia de un nuevo virus en Wuhan, China. Y pudimos seguir su expansión hacia otros lugares casi en tiempo real. Gracias a lo inmediato de la comunicación global, pudimos prevenirnos y enterarnos sobre cuáles eran las mejores medidas de cuidado. La Tierra es una red de interacción, virtual y presencial.

Hay que aprender a recorrer la red para no terminar atrapados en ella. La comunicación es vital para nuestra vida, pero no hay que caer en las trampas de la hiperconectividad. Desconectarnos es una manera de conectarnos con la realidad fuera de la pantalla, con nosotros mismo y, si tenemos suerte, con quienes compartimos el hogar.

Sapere aude! ¡Atrévete a saber!

@hzagal

Profesor de la Facultad de Filosofía en la Universidad Panamericana