Un pequeño lugar de comida sureña barata y de tradición negra intenta sobrevivir a la crisis
por la pandemia que amenaza a muchos propietarios con locales similares.

 

La pandemia cerró sus puertas, pero el restaurante Torries seguirá siendo uno de los últimos lugares
donde conseguir comida sureña barata en Washington si su propietario John Goodwin sigue por la
misma senda.

 

Todos los días desde que el coronavirus llegó a Estados Unidos, Goodwin viene a preparar platos
que ofrece a un pequeño número de clientes, muy consciente de que la existencia misma de
establecimientos como el suyo está en peligro.

 

“Cuando volvamos a abrir, no sé si vas a encontrar otro lugar como este”, dice Goodwin, de 69 años,con mechones de su cabello asomando por debajo del gorro de chef.

 

Ubicado en una pequeña edificación con techo a dos aguas, Torries ya había tenido que reducir sus
horarios de apertura a causa de una construcción adyacente.

 

La pandemia le ha planteado otro desafío, uno que Goodwin nunca había visto en su vida pero que
está decidido a ganar.

 

“Mi filosofía es que si me lanzas a una zanja, tienes que mantenerme dentro o de lo contrario saldré”,
dice.

COCINA SUREÑA

Estados Unidos atraviesa una grave crisis económica, que ha hecho particularmente vulnerables a
pequeños negocios como Torries.

 

Graduado de una escuela de cocina y veterano de la Guerra de Vietnam, Goodwin comenzó
ofreciendo servicios de catering a universidades históricamente negras en el sur de Estados Unidos y
abriendo varios restaurantes con el nombre de su hija Torrie a principios de la década de 1980, y en
su apogeo llegó a gerenciar varios establecimientos y unos 250 empleados.

 

Pero en 2005, este hombre oriundo de Carolina del Sur decidió quedarse solo con el restaurante en
Washington.

 

Casi el 60% de sus ingresos provienen de servicios de restauración que presta a centros de
reinserción social, hogares de ancianos y guarderías.

 

El resto lo ponen los clientes que vienen a degustar su “almuerzo”.

En Torries puedes encontrar especialidades del sur, como panqueques de salmón o de hígado de
pollo.

UNA CIUDAD GENTRIFICADA

 

 

Al principio, la clientela de John Goodwin era mayoritariamente negra, como la ciudad.

 

Pero con los años, la población blanca de Washington ha crecido y muchas de las familias negras se
han mudado. Así que su público también ha cambiado.

 

“Venía un montón de gente, estábamos llenos los fines de semana. Mucha gente diversa, gente de la
comunidad”, cuenta.

 

En las paredes del restaurante cuelgan imágenes de asistentes asiduos y famosos, así como cascos
de fútbol americano y zapatos de tacón obsequiados por clientes.

 

También hay una sección dedicada a las asociaciones de estudiantes en la Universidad de Howard,
ubicada al otro lado de la calle.

 

El cambio también llegó a las afueras del establecimiento.

 

A una cuadra de Torries, donde un entrecot con huevos cuesta 8,95 dólares, se erige un nuevo
edificio de acero y vidrio, cuyo alquiler más bajo es de 2.100 dólares.

 

Meses atrás, el restaurante perdió gran parte de su estacionamiento debido a la construcción de un
nuevo edificio, lo que obligó a Goodwin a reducir sus horas de apertura.

 

Durante la pandemia, presentó su caso al fondo dedicado a ayudar a las empresas afectadas, pero le
dijeron que no había más dinero.

 

Su experiencia refleja los hallazgos de una encuesta publicada por Goldman Sachs en abril de que
las empresas negras tienen menos probabilidades de que se aprueben sus solicitudes.

 

“Te cuesta más que a los negocios grandes, no sé por qué”, dice Goodwin.

 

Últimamente, su restaurante está operando a pérdidas, y debe echar mano de sus ahorros para
mantenerse a flote. Planea reabrir al 50%, como lo autoriza la ciudad.

 

“Tengo mucha fe y estoy muy motivado espiritualmente”;, dice. “No tengo miedo de nada”.